Si se habla de zanjón, cualquiera podría imaginar un pequeño hilo de agua embarrado y mugriento. Algo así como una zanja olvidada. Nada más lejos del Zanjón de Granados, un arroyo que fue el límite sur de la cuadrícula diagramada por Juan de Garay y que durante años corrió entubado bajo las edificaciones que iban surgiendo en la gran aldea. En la actualidad, parte del túnel se transformó en un bello espacio cultural y turístico del Buenos Aires subterráneo. Sin agua, eso sí, pero refuncionalizado con ladrillos a la vista y una suave música que invita a recorrerlo y redescubrir parte de la historia porteña.
Todo comenzó en 1985 cuando el químico de ascendencia húngara Jorge Eckstein, nacido y criado en San Telmo, compró una casa abandonada en Defensa al 700.
El barrio estaba en decadencia pero Eckstein, con la visión de que el lugar tarde o temprano iba a resurgir, quiso realizar un emprendimiento gastronómico. Eligió una vieja propiedad que había sido conventillo hasta 1970.
“Los obreros comenzaron a limpiar el lugar y ahí es cuando descubrieron que en el último patio de la casa el piso se hundía. Empezaron a hacer las pruebas con agua y el piso seguía cediendo; entonces excavaron más y apareció un túnel de aproximadamente 4 metros de alto por 4 de ancho. Don Jorge es una persona muy curiosa: quiso saber de qué se trataba y decidió contratar un equipo de arqueólogos”, explica Enrique Salmoiraghi, museólogo y encargado del área de comunicación del espacio.
Bajo la batuta del arqueólogo Daniel Schávelzon de la Universidad de Buenos Aires, continuaron las excavaciones y se descubrió que ese túnel era el antiguo Zanjón de Granados, el arroyo natural del que hablaban los libros de historia y estaba prácticamente olvidado.
“Se llamó de varias maneras pero don Jorge quiso recuperar el de Granados, porque así se llamaban unas mujeres que en la época de la colonia preparaban riquísimos pastelitos de membrillo en una casa a sus orillas. Durante mucho tiempo al zanjón se lo reconoció como el de Granados por esas mujeres. Venía desde Constitución zigzagueando por San Telmo, llegaba a esta manzana, se unía con un ramal que venía de la 9 de Julio. Desde acá escurría al río, que estaba en Paseo Colón, es decir a sólo 200 metros”, explica el museólogo.
Pero no se trataba de un arroyo inofensivo. Cuando había lluvias, ponía a las casas en peligro y cruzarlo se hacía prácticamente imposible. “La decisión de entubarlo correspondió a cada familia que se iba asentando a sus orillas –explica Salmoiraghi–. San Telmo se desarrolla en parte por la imposibilidad de cruzar el arroyo en épocas de inundaciones. En las actas del Cabildo hay registros de un jinete que trató de saltarlo a caballo un día de lluvia y murieron él y el caballo”.
Por recomendación de los arqueólogos, se comenzó a excavar el resto de la propiedad y se encontraron ruinas de 1700. “La casa concentraba mucha historia y don Jorge dejó su proyecto gastronómico y empezó un plan de restauración que derivó en este complejo de arqueología urbana. Se tardó más de 20 años en restaurar la casa sin ningún tipo de actividad turística o comercial. Por eso cuando le preguntan cuánto invirtió, él dice que fueron 20 años de amor y esfuerzo”, explica Salmoiraghi.
La casona original data de 1830 y perteneció a una familia española dedicada al negocio de los cueros. Entre sus restos se destaca una enorme cisterna de agua que podía contener hasta 30.000 litros y un viejo aljibe que hoy forman parte del patrimonio del espacio.
Pero la historia de esplendor original se diluyó hacia fines del siglo XIX, cuando con las epidemias de fiebre amarilla y cólera, las familias pudientes del sur se trasladaron al norte. Paralelamente, la municipalidad secó el arroyo por razones de salubridad. Fue entonces cuando las antiguas viviendas con sus enormes habitaciones se transformaron en conventillos. Y la antigua casona se volvió un inquilinato con 23 habitaciones y dos baños.
Algo del espíritu de esa vivienda queda en el actual espacio. En pequeñas vitrinas se ven objetos de las familias que vivieron en el lugar, tanto de las ricas como de las pobres. Hay frascos de perfumes franceses, hebillas de zapatos que se usaban en el período colonial, peines, porcelanas.
Refuncionalización
A medida que se bajan las escaleras hacia el sótano de la edificación, surge lo que todos buscan cuando visitan el Zanjón: el misterioso laberinto por donde corría el arroyo. Se trata de un enorme tubo de ladrillos que llega hasta la mitad de la manzana. “Estamos en el lecho del Zanjón de Granados –señala Salmoiraghi–. No hay agua pero la última vez que llovió mucho se llenó de líquido. Eso nos está diciendo cómo la naturaleza no se puede cambiar por completo. De hecho, hay varias bombas de achique que trabajan todo el tiempo”.
Dentro del laberinto de ladrillos, se exhiben llaves, cuchillos y hasta un sable. Sucede que en la época del conventillo, estos sótanos terminaron transformándose en depósitos y escondites. “Ahí aparecen las mejores historias. Los túneles no eran muy difundidos y los vecinos tenían puertas trampas para acceder a ellos, debajo de camas. Se cuenta que había mujeres que levantaban quiniela y que cuando las buscaba la policía se escondían aquí”, señala Salmoiraghi.
Del gran túnel que llegó a tener 1.500 metros desde Constitución, poco quedó. Fue fragmentado, cortado, tapado. “Es mucho lo que se restauró, aproximadamente unos 200 metros lineales, y de hecho ahora estamos debajo de la casa del vecino, pero es verdad que mucho quedó tapado por los cimientos de otros edificios. Hay que tener en cuenta que a mediados del siglo pasado no había una conciencia de arqueología urbana o de recuperación de patrimonio”.
El recorrido termina pero el visitante es invitado a observar láminas y dibujos desplegados por las paredes que resumen casi cuatro siglos de historia. La colonia, el conventillo y la recuperación actual se unen en un sólo espacio que invita, nada menos, que a redescubrir la identidad porteña.
Buscador de evidencias
Es un lugar único. Se trata de un proyecto de arqueología urbana de los primeros privados de la Ciudad”, señala el arqueólogo Daniel Schávelzon, quien dirigió el plan de restauración.
Shávelzon es profesor en la UBA e investigador principal del Conicet y tiene una amplia experiencia en proyectos de restauración urbana. Recuerda que hace más de 20 años, cuando le encomendaron el trabajo del Zanjón, no había conciencia de la importancia de este tipo de lugares. “En esa época pensar en una excavación en Buenos Aires era algo imposible. Lamentablemente en el país siempre se pensó en tirar el patrimonio”.
El investigador hizo trabajos de recuperación en el caserón de Rosas en Palermo y en la casa del Virrey Liniers en San Telmo. Y dice que aún quedan misterios por descubrir: “La zona de la Plaza de Mayo todavía no está excavada, hay mucho allí que desconocemos”. Sobre la importancia de recuperar estos espacios, Schávelzon opina que “cuando se tira abajo un edificio, no desaparece, deja restos, evidencias. Se trata de un patrimonio que tiene importancia recuperar y ponerlo en valor. Nos sirve para entender nuestra sociedad presente y por qué nos pasa los que nos pasa”.
Cómo visitarlo
Además del paseo turístico, el Zanjón de Granados –Defensa 755– es un complejo de arqueología urbana donde funciona una biblioteca, se dictan conferencias y hay visitas guiadas en castellano e inglés. “Le vamos agregando elementos que van más allá de la mera restauración. El lugar es reconocido internacionalmente porque es un modelo, según la Unesco, de refuncionalización de un espacio histórico”, señala Salmoiraghi.
Hay visitas de lunes a viernes de 11 a16 a cada hora y los domingos de 13 a 18, cada media hora. Entrada: $45, jubilados $30 y menores de 10 años, gratis.
Por un acuerdo con el gobierno de la Ciudad hay visitas gratuitas para estudiantes y adultos mayores. Hay que anotarse a través del área de Casco histórico. http://www.buenosaires.gob.ar/areas/cultura/casco/
DZ/rg
Fuente Redacción Z
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