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Valle de Muñecas: El lado más guitarrero del pop

El grupo liderado por “Manza” Esaín lanzó un nuevo disco cargado de distorsión.

Por Juan Relmucao
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«Estoy leyendo mucho la poesía de Enrique Molina”, avisaba Maria­no “Manza” Esaín a mitad del ci­clo emocional y artístico que desem­bocó en el último disco de Valle de Muñecas. Un año y medio después, ya con la sangre en el río, el músico confirmaba que la banda ha­bía sido alumbrada por el aura de Molina, pilar de la poética surrealista argentina. “La poesía de Molina estuvo muy presente a lo largo de este tiempo, y si bien las ideas que teníamos se torcieron un poco, el resultado final nos gus­tó mucho porque suena a nosotros”, cuenta Manza sobre El final de las primaveras, su fla­mante quinto álbum.

“Es un disco marcadamente de guitarras, puede sonar un poco a My Bloody Valenti­ne o Super Furry Animals y no por azar. Creo que nuestros álbumes se armaron inconscien­temente en torno al último integrante que se sumó al grupo. Y en este último se luce Fer­nando (Blanco, guitarrista del grupo desde 2010) porque él definió su sonido y terminó por caracterizar todo el resto”, apunta Esaín.

El final de las primaveras sucede a ese hito cancionero que significó La autopista del océa­no hasta el amanecer –su tercer álbum– y res­ponde a un interrogante estético y conceptual resuelto bajo la estrella de Molina, que fijó un norte estilístico y un continente semántico e incluso métrico para los versos de Esaín. Si Va­lle de Muñecas era una banda de follaje ne­tamente urbano, el encuentro entre el tropi­calismo exuberante del poeta y la necesidad de catarsis citadina de Mariano acabó en una confluencia de cadencias y brillo; de exterio­rizar la alienación hacia un naturalismo tras­cendental. Al tacto, incluso, los registros de el poeta y el músico tienen un ruido y un co­lor común: “Tu cuerpo y el lazo de seda rústi­ca que conduce a las plantaciones/ de la cos­ta”, escribía Molina. “Tu cosmos intraducible, el velo/ sin descubrir”, se figura Esaín.

Y como marco de esa extrapolación de lo surreal para contrarrestar la desazón de lo que debería haber sido real, entre palabras que nunca o poco se habían visto en el imagina­rio de Valle –animal, trueno, espuma, éxodo, rayos de sol como espadas–, las guitarras de Fernando Blanco dan la personalidad de las canciones y son el puente de verdad que une tristeza y belleza, que lleva esa herida abierta en la superficie asimétrica de los temas hacia –en palabras de Molina–, “la luz de cierta no­che/ o tal vez el instante en que algo amado/ desaparece también con un susurro”.

 

DZ/nr

Fuente Redacción Z
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