En la mítica La Cueva de los años 60 empezaron las primeras jam sessions, improvisaciones largas y alucinadas de los jóvenes jazzeros que en pocos años se convertirían en estrellas del panorama jazzístico nacional. Del Gato Barbieri al Mono Fontana. En los 70, en plena dictadura, abre en San Telmo un pequeño lugar, el templo del jazz porteño, Jazz & Pop, un lugar secreto de los hermanos Malosetti, donde zapaban cada noche y hasta tarde figuras de nuestro país y cualquier jazzero del exterior que pasase por la ciudad. Allí improvisaban gratis para un público fan. Jazz & Pop fue un lugar pionero y de resistencia en esos años de sangre y fuego. Hoy continúa pero instalado en San Nicolás, manteniendo intacta su leyenda, fuera del circuito tradicional.
En Buenos Aires se cuentan con los dedos de la mano los verdaderos espacios donde se toca jazz y sólo jazz. Hay muchos otros lugares que recurren a la música en vivo, mezclando tango con salsa y otros ritmos, pero de jazz puro, nobleza obliga, sólo podemos mencionar escasos cuatro.
Ala cabeza por buen gusto, variedad de programas, entradas asequibles y buen ambiente, se encuentra Thelonious, en Palermo, en Salguero al 1800. Allí en el primer piso de lo que quizá haya sido un PH ahora reciclado, se erige este bar que de miércoles a sábado presenta programas de artistas locales e internacionales. Con una entrada que promedia los 20 pesos, tragos a precios razonables y una carta frugal -a diferencia de otros espacios, la cena no es obligatoria- se puede pasar un momento relajado en Thelonious, unas horas de puro disfrute donde la estrella es la música y donde el negocio, si es que existe, sólo pasa por difundir a los artistas locales y a los mejores del exterior que, como hace 40 años, tocaban en Jazz & Pop. Ahora eligen para terminar sus noches secretas el bar de Salguero.
Boris Club es en este ranking la segunda opción. Ubicado en el corazón de Palermo Hollywood, con una escenario más bien teatral y con capacidad para 200 personas, es el único que cuenta con una banda de swing propia, la Boris Big Band, lo que es mucho decir. Los amantes del género pueden acceder pagando una entrada de unos 50 pesos según quién esté invitado. Si bien la carta de tragos en nutrida y alentadora, es difícil escapar a la consumición de la cena. Pensado más como un emprendimiento donde la música está presente pero en segundo plano, los tapeos, trago y cenas se llevan el primer lugar y la música aparece como una buena compañía para la ingesta. Con todo y muy a pesar de sus dueños, sus shows son para tener en cuenta ya que presentan bandas locales y es todo un acierto tener una banda propia que no falla.
Virasoro Bar tiene un perfil más bajo pero es también un reducto de puro jazz. Funciona en una casa art déco, reciclada por su dueño, el arquitecto Alejandro Virasoro. Suma a su oferta musical muestras de arte contemporáneo que van cambiando cada tanto. De miércoles a domingos por la noche tienen lugar los shows y se ofrecen cervezas importadas, tapas, picadas, tragos y cenas. Es difícil, parece, escuchar jazz sin comer. Una pena que la música no esté en la delantera y que haya que redondear el negocio -no pedimos altruismo- con cartas que se imponen casi como una consumición obligatoria. Dentro, el espacio es sencillo y si escapamos a la imposición del menú, Virasoro tiene una variada oferta de shows, un newsletter eficiente que avisa de cada evento y un espacio en Facebook que cuenta con más de mil fans. Al lugar de Guatemala al 4300 le perdonamos su carta por sus números locales rutilantes que también apuestan a la experimentación. La entrada oscila entre los 30 y 35 pesos y han rasgado sus instrumentos Paula Shocron, Ramiro Penovi, Pablo Díaz Juan, Manuel Bayon, Norris Trío, Marcelo Gutfraind Trío y otros tantos.
Finalmente y algo más exclusivo, dentro del hotel Meliá de Recoleta, en Posadas al 1200, se planta el Jazz Voyeur, una réplica del bar del mismo nombre ubicado en Palma de Mallorca. Si bien la cena es de rigor, los números nacionales e internacionales son de lujo. No es de lo más económico que se encuentra en la ciudad (150 pesos una noche con cena por persona), pero vale la pena asistir al menos una vez eligiendo bien el programa. Apesar de estar dentro de un hotel pertenencia, el espacio logra mantener su espíritu clubber y cierta impostada rebeldía. El músico Gabriel Senanes, líder de Senanes 3 -algo más que jazz pero sí una banda originada en este ritmo-, ha tocado al menos por tres de estos lugares y afirma: «No importa tanto el espacio sino la sinergia que se arme con el público. No te preocupes por si comen o no. Todos los que van, lo hacen para escuchar música y no cualquier música. Como músico me siento halagado y agradecido.
DZ/LR
Fuente Redacción Z
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