ADELANTO
A pesar de los anuncios y la renovación de la línea A, el sistema de subterráneos funciona peor que nunca. Menos frecuencia, menos pasajeros, estaciones sucias y trenes viejos componen un cuadro crítico producto del vaciamiento sistemático.
Viernes, 8.30 de la mañana. Estación Congreso de Tucumán, línea D. Cientos de personas calculan a través de las baldosas amarillas combinadas con gris dónde se abrirán las puertas del subte. Algunos tienen un conocimiento matemático y hacen una prolija cola en el lugar para esperar el próximo tren. El premio no es menor: un asiento que garantice un viaje un poco más placentero. Si no lo consiguen, viajar parado en hora pico significa perder un poco de vida y paciencia. Llega la formación y frena en el andén. Lucha libre en silencio pero sin tregua para lograr el cometido. Sale el tren y la escena se repite minutos después.
Cada día se viaja un poquito peor. Lo saben los usuarios regulares en la hora pico, pero también en otros momentos del día: la disminución de las frecuencias –por falta de coches y personal– produce amontonamiento a cualquier hora. Los subterráneos atraviesan una decadencia sostenida que transformaron el viaje diario en un padecimiento y que se traduce en estaciones listas sin inaugurar, suciedad, robos frecuentes, mal olor e interrupciones del servicio. El Gobierno de la Ciudad, por otra parte, reconoce ante la Justicia, en la apelación al recurso de amparo presentado por el legislador Alejandro Bodart que impidió el aumento de tarifa, que no puede garantizar la seguridad de los usuarios y apuesta todo al aumento del pasaje a $3,50.
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Fuente Redacción Z
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