Es un show bastante ecléctico. Hay canciones de todo tipo y también de temáticas diferentes. Pero todas tienen algo en común, que cuentan algo interesante. Por lo menos desde mi punto de vista”, apunta Soledad Villamil sobre el espectáculo que durante febrero estuvo presentando en La Trastienda, en el que incluye temas de toda su carrera musical. Como actriz, tuvo papeles relevantes tanto en una película ganadora del Oscar, El secreto de sus ojos, como en obras experimentales, así como también en aquel Hamlet que dirigió Ricardo Bartís a comienzos de los 90. Su trabajo musical-teatral le ha redituado premios como el Carlos Gardel y un disco de oro por las veinte mil copias vendidas de su álbum Morir de amor (2009). Consolidada como actriz y cantante, más recientemente se animó a mostrar también su faceta de compositora.
Para quien guste conocer los movimientos estéticos que habitan actualmente en Villamil, la podrá ver cantar acompañada por un grupo notable de músicos, formado por Daniel Maza en bajo, Alan Plachta en guitarra, Cristhian Faiad en batería y Federico Lazzarini en trompeta.
¿Qué pensás acerca de la intensidad como componente en el arte?
Para mí, la intensidad es inseparable de la creación artística. El peligro es que no te consuma. A veces es un poco border la situación, sobre todo en esos momentos es que te sentís perdido, que no te gusta nada de lo que aparece y que pensás que ya nunca más vas a poder crear algo interesante y entonces todo en tu vida se vuelve negro. Por suerte, son momentos que pasan y después hay otros de gran felicidad. Pero es difícil mantener cierto equilibrio. Y más difícil es para las personas que te rodean (se ríe).
¿Qué te entusiasma de encarar un nuevo espectáculo musical?
Subirme a un escenario a cantar es algo que me llena de felicidad. Poder ir ampliando el repertorio, buscando o escribiendo nuevas canciones, trabajando con los músicos… Todo esto me resulta apasionante.
¿Qué tiene que tener una canción para que la elijas para tu repertorio?
Es algo tan inexplicable como el amor. Vos podés pensar que te gustan los rubios con ojos celestes y de pronto aparece un morocho que te parte la cabeza. Con las canciones pasa algo parecido. Es imposible predecir el momento o la situación en que va a aparecer la canción con la que vas a acostarte y despertarte cantándola. Eso me pasa siempre, cuando una canción me acompaña a dormirme y al despertarme es porque al rato la voy a estar ensayando para incluirla en el repertorio.
¿Vivís alguna diferencia fuerte al contar historias como actriz o como cantora?
Creo que hay muchas diferencias, pero en su esencia más profunda es lo mismo. En los dos casos se trata de pararse frente a otros y mediante tu interpretación contarles una historia, transmitirles emociones, llevarlos a abstraerse de su momento presente y olvidarse un poco de lo cotidiano para entrar en otra sintonía. Eso pasa en el teatro, en el cine o escuchando un show musical.
¿Cómo te sentis con el grupo de músicos que te acompaña en esta etapa?
Estoy súper contenta con la banda, porque además de ser grandes compañeros de escenarios, ensayos y giras, aportan una sonoridad que expresa muy bien la búsqueda que estoy haciendo en materia musical. Yo partí de un sonido más criollo, más tanguero, con bandonéon, contrabajo, guitarra criolla, pero eso con el tiempo fue mutando. En el último disco incorporé el bajo eléctrico; además, tengo la suerte de que lo toque un monstruo del swing, como Daniel Maza. Por otra parte, a la percusión –sigue apareciendo en algunos temas–, se suma la batería que toca Cristhian Faiad y que aporta mucho power y tiene versatilidad para los distintos géneros y canciones que aparecieron en el último tiempo. Lo mismo con Alan Plachta en la guitarra que, además de la criolla, toca una eléctrica que en ciertos temas funciona súper bien. Por útimo, en estos shows de La Trastienda está como músico invitado Federico Lazzarini, quien con su trompeta se suma a muchas de las canciones de la lista y les da un sabor increíble.
¿Cómo viviste el pasaje a ser escritora de canciones?
El juicio interno es el gran verdugo con el que tengo que luchar cotidianamente para escribir. Pero cuando logro superarlo, es una sensación muy satisfactoria, porque tiene un sabor especial poder cantar mis propias palabras. Sobre todo cuando me he pasado tanto tiempo diciendo palabras que escribieron otros.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
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