En el círculo íntimo de Mauricio Macri, pocas personas tienen su influencia. La construcción de esa intimidad, sin embargo, no corrió por carriles normales. Macri y Peña no son amigos. No van a comer, no practican deportes juntos. No comparten más que el trabajo. Pero para el presidente electo, “Marquitos” es el oído para todas las consultas y su escudero para todas las batallas. Por eso, a nadie del PRO le sorprendió que lo eligiera como próximo jefe de Gabinete, incluso resistiendo presiones de otros integrantes de Cambiemos que, como la UCR, querían ese lugar estratégico.
Peña tiene 38 años.Es reservado, cordial, estudioso y aplicado, parco en el trato, exigente. Así lo describen quienes coordinan con él, desde 2012, la comunicación gubernamental. Hacia adentro, fue ganando espacios con la venia del propio Macri, que lo considera la mente brillante de la estrategia política.
Hacia fuera, cultiva un perfil bajísimo y preservó como pocos su vida privada. Está casado con la periodista Luciana Mantero y tienen dos hijos. Mantero escribió un libro El deseo más grande del mundo, donde narra el proceso de fertilización asistida para concebir a su segundo hijo. Viven en Palermo, en un departamento que compraron con un crédito hipotecario, y suelen veranear en La Paloma, Uruguay.
Marcos nació en marzo 1977 en una familia marcada por la actividad de su padre, el diplomático Félix Peña. Fue a la primaria en Maryland, Estados Unidos, y volvió a Buenos Aires para terminar la secundaria en el Colegio Marista Champagnat. Se diplomó en Ciencias Políticas en la Universidad Di Tella.
Su primera militancia fue en la campaña presidencial del Frepaso, de 1995. Él lo señala como su “primer trabajo”. Hizo pintadas, repartió volantes y se desilusionó con la derrota de José Octavio Bordón. Después, su papá, subsecretario de Comercio Exterior de Carlos Menem, lo convocó para que colaborara con él ad honórem. Allí conoció a Gabriela Michetti y se hicieron amigos.
En el 2000 hizo un viaje como mochilero por Europa y Asia con dos amigos, Federico Peña y Enrique Avogadro. De esa experiencia conserva anécdotas de supervivencia y un ideograma chino tatuado en el brazo derecho que significa “armonía”. Avogadro, subsecretario de Economía Creativa y uno de sus amigos en el gobierno, asegura a Diario Z que “Marcos es la misma persona que conocí hace 20 años, no ha cambiado. Es sencillo, transparente y, también, bastante tozudo”, se ríe.
Al regreso, Peña, se sumó a la campaña que impulsaba a Mauricio Macri como jefe de Gobierno. Era 2002 y tenía 24 años. Michetti ofició de puente para que trabajara con el jefe de esa campaña, Juan Pablo Schiavi. Un año después, Marcos fue elegido legislador. Para 2005, era presidente de la Comisión de Educación.
En 2007 Macri, ya jefe de Gobierno, nombró a “Marquitos” secretario general. Los realineamientos hacia adentro de la gestión lo fueron alejando de Gabriela Michetti. La ruptura quedó en evidencia cuando Macri le pidió a Michetti que lo acompañara en fórmula local, renunciando a su candidatura a diputada nacional. Peña apoyó el pedido.
En 2011, gran parte del PRO pujaba para que Macri compitiera por la presidencia; Peña fue de la idea –junto con Jaime Durán Barba- de que era prematuro y debía buscar la reelección en la Ciudad. Macri lo nombró jefe de campaña.
“¿Por qué la política, para ser profunda, tiene que ser amarga, triste, resentida, vieja en su formato? En la búsqueda de innovar se busca también integrar gente. Hay que atreverse a innovar”, decía Peña por entonces.
La victoria reforzó el vínculo con su jefe, quien lo instaló en la mesa de dirigentes con Emilio Monzó, Humberto Schiavoni, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta. La meta terminaba en la Casa Rosada.
Peña se convirtió en el orientador de la comunicación no sólo del gobierno sino del PRO. También amplió su influencia en el armado político. Defendió, junto a Durán Barba, una construcción política puramente PRO, receloso de los acuerdos extrapartidarios con las “viejas estructuras”. Más tarde, resistió la presión del “círculo rojo” para que Macri acordara con Sergio Massa una fórmula conjunta.
Peña, dice alguien que lo frecuenta, es el artífice de muchos cambios del presidente electo. “Él lo convenció de que había que apoyar el matrimonio igualitario, la identidad de género, y también le abrió la percepción sobre ciertas cuestiones sociales”.
No sorprendió que Macri lo ponderara como compañero de fórmula. Peña opinó que era innecesario. Igual que en 2011, dirigió la campaña electoral y la comunicación de Cambiemos. Su jefe es el presidente de la Nación. No le falló.
Es despojado en lo material y sus vecinos suelen cruzarlo en la verdulería del barrio. De niño, Marcos Peña quería ser kiosquero, tal vez porque es adicto a los caramelos Sugus. Suele aceptar que no planifica demasiado, que es ansioso pero que trabaja para el presente. Así se convirtió en el jefe de Gabinete de la Nación, en un “bastión para todos”, según Macri.
Fuente Redacción Z
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