Es todo tan complejo. Diferentes tiempos, distintos lugares, desiguales tipos de estado civil, expectativas desparejas y decenas (cientas, miles) de situaciones que hacen que a dos personas que se gustan mucho (muchísimo) les resulte difícil, muy complicado relacionarse. Pero siguen. La pasan bien y mal. Es como una droga que no se puede dejar.
Esto, por supuesto, no me excluye. Como todos, yo tengo también mi complejo de Romeo y Julieta en acción. Ojalá no me pasara, pero es muy tentador. Lo pienso y me parece absurdo, sufrir así, enroscarse tanto. Y sin embargo ahí estoy, asomada al balcón, como una Capuleto adolescente. Es realmente cualquiera, y a la vez es lo más. No logro que lo complicado me aparte. Debería irme, y sigo.
Todos los días le digo basta, todos los días lo entiende, todos los días acordamos en dejar esto y todos los días rompemos el acuerdo. Me encantaría poder asegurar que siempre es él, que se aprovecha de mí, que yo soy tan estoica como le digo a mis amigas que soy, pero muchas veces soy yo la que solita y sin presión alguna llama al peligro. Es que este peligro en particular es muy delicioso.
Juro por todas mis hebillas (me encantan las hebillas) que no es la imposibilidad lo que me pone loquita, lo que me cachondea y me enamora. Realmente sé que me quedaría en este mismo lugar, dispuesta y entregada, si todo fluyera más fácil. Claro, justo acá que no se puede es a donde quiero quedarme. Y por supuesto, sólo logro tanta intimidad y cercanía con el que está menos dispuesto. ¿Saldrá mi foto en algún manual básico de fobia al compromiso? Puedo pensar todo eso porque no soy tarada, pero a la vez no puedo terminar de creer que de verdad la historia de la histeria sea lo que me convoca.
Tengo que confesar que las mejores revolcadas las tenemos cuando nos despedimos, cuando decimos que es la última. Bueno, también están buenísimas las primeras después de un tiempo de abstinencia, cuando alguno de los dos cae rendido ante el otro, pide pista, insiste y todo se afloja. Como anoche, que después de un par de semanas de intentar sólo ser amigos que charlan de películas, acabamos hechos un moño, excitadísimos con Deadpool, hirviendo por Batman versus Superman.
Es todo muy complicado, pero no es eso lo que me enrola. De verdad me gusta cuando tomamos heladito y que levante temperatura sólo por oírme decir por teléfono que le mando un beso. En serio me encanta todo, desde las patillas tan fuera de época hasta los zapatotes gigantes que deja desparramados en el medio de mi casa diminuta, y también sus manos suaves, y los ojos de chino que tiene cuando se ríe, y más que nada, primeramente, su mugre, que me resulta absolutamente apetitosa.
Fuente Redacción Z
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