En la Ciudad hay 33 hospitales. La mayoría funciona en edificios centenarios que alguna vez fueron suntuosos y hoy están medio en ruinas o con graves problemas de infraestructura. Durante más de un siglo, el sentido común dijo que las enfermedades simples las cuidaba el médico del barrio y las complejas se atendían en el hospital. Porque ahí están los mejores y más expertos profesionales y porque en el hospital no se lucra –como en las privadas– con la salud del paciente.
Esa certeza abrevaba en una tradición. La de los médicos sanitaristas. Desde el catalán Juan Bialet Massé, que en 1904 recorrió el país nvestigando las condiciones sanitarias “de las clases obreras”, hasta Ramón Carrillo, primer ministro de Salud (1946-1954), que declaró que la salud era “un derecho inalienable de los pueblos y obliga al Estado a garantizarlo en forma indelegable”.
Los herederos de estos modelos fundacionales no escasean: alcanza pararse en algún pasillo de hospital para verlos caminar escoltando un paciente o verlos atender, muchas veces en una silla desvencijada, a personas de los sectores más humildes de la sociedad.
Un infectólogo del Hospital Muñiz tiene un blog cuyo nombre lo dice todo: desesperadamentesequetevoyaamar.blogspot.com/. El vetusto frontis del Muñiz es el destinatario de su pasión.
Los hospitales llevan décadas de abandono, desfinanciamiento y precarización de sus trabajadores y profesionales, que los sostienen con su esfuerzo y su resistencia. Defienden la salud pública con el mismo ahínco con que los docentes defienden la educación pública.
El gobierno de Mauricio Macri le ha dado velocidad al desguace sanitario con la expulsión de más un millar de profesionales, so capa de “recorte de horas de guardia”. Para ocultar semejante barbarie intimidan descaradamente al personal, obligado a hablar sin dar su nombre.
La exigencia de enmudecer alcanza a las direcciones hospitalarias. El director del Moyano y la directora del Álvarez rechazaron un recorte que obligaba a cerrar programas y servicios. Uno en su descargo ante la Defensoría. Otra en una entrevista periodística. Poco después, con una u otra excusa, han debido desalojar sus escritorios. En silencio. Silencio hospital.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
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