Nuestras ciudades crecen y se transforman al ritmo de la población que albergan. En el caso particular de Buenos Aires, uno de los principales desafíos que deberá afrontar en la próxima década está vinculado al fuerte proceso de fragmentación social y urbana por el que atraviesa. El espacio público expresa –cada vez con mayor énfasis– las desigualdades urbanas que asoman en respuesta a las fuertes diferencias sociales, acentuando los contrastes y la distribución asimétrica de oportunidades en el territorio.
En ese marco, el conjunto de grandes proyectos que –con inusitada celeridad– acaba de lanzarse no hace más que poner en evidencia un escenario especialmente dirigido a consagrar la segregación en la ciudad. La ejecución de más viviendas de lujo en los bordes de Puerto Madero y de un polo audiovisual en plena zona portuaria, la instalación de un área de transferencia de cargas en el sudoeste de la ciudad y la transformación de playas ferroviarias en torres y shoppings parquizados dan cuenta de lo que instala esta dinámica.
¿Cuál es la lógica que impulsa a estas decisiones? ¿Quiénes ganan en este juego? ¿Cómo se capitalizan los excedentes de las intervenciones? ¿De qué modo se sostienen los acuerdos construidos? ¿Qué papel se le asigna al planeamiento en la formulación de rumbos y acciones? Las preguntas se disparan en múltiples direcciones al mismo ritmo que la frustración crece ante las respuestas que asoman. Desde esta perspectiva, resulta interesante examinar el proceso de toma de decisiones respecto de los destinos futuros de este bien escaso denominado “suelo urbanizable”.
revisión de principios
Buenos Aires es un territorio de exuberancia, creatividad, productividad. Y, también, es un territorio de contención a segmentos de población cada vez más pobre y excluida. Este escenario conduce inexorablemente a que la ciudad profundice las desigualdades entre sus habitantes, que acentúe las disparidades en el acceso a bienes y servicios, y que incremente los niveles de conflictividad y de violencia urbana.
Con esta lógica, el declamado rescate propugnado a los barrios del sur se reduce a un inocuo discurso para tiempos de campaña. Prevalecen, en cambio, acciones destinadas a fomentar la exclusión en la sociedad, a acrecentar la riqueza en barrios ricos y a condenar en pobreza a barrios pobres, como principios innegociables que como porteños sostenemos.
Estas desigualdades se expresan en las posibilidades dispares de acceso a la tierra, a la vivienda, a los servicios básicos, a la educación, al empleo, al crédito. De este modo, la participación efectiva de los distintos sectores sociales al espacio construido tiende a ser cada vez más diferencial, con mayores asimetrías de la población en el derecho real a la ciudad.
En consecuencia, es necesario comprender la magnitud de los procesos implícitos instalados en la ciudad para habilitar luego la aplicación de políticas públicas por segmentos etarios, por diferencias de género, por localización territorial. Buenos Aires requiere entonces recuperar aquellos principios de equidad, de igualdad de oportunidades, de justicia social y, también, de sostenibilidad y corresponsabilidad en las decisiones de interés público. Quizá sea hora de desempolvar aquellas locas utopías.
DZ/rg
Fuente Especial para Diario Z
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