A partir de hace aproximadamente quince años, en la población general se fue perfilando una nueva mujer. Ya sea por libre elección, o por necesidad, trabaja. Y desde fines de la adolescencia.
Su estatus es más elevado que en las décadas anteriores. Muchas de ellas comienzan, decididamente, a ocupar cargos directivos, ejecutivos y administrativos. No lo consideran un simple empleo; forma parte, muchas veces, de una exitosa carrera.
La mujer se divorcia. Y es paradójico: hay significativamente muchas mujeres que no se han casado nunca. Pero, se solicita no confundirse: muchas de ellas, sin casarse, conviven durante años con hombres teniendo relaciones estables. Muchas de ellas, incluso, han sido madres.
Es notable la menor dependencia de los hombres. Y, obviamente, no consideran que la unión, o el casamiento sean la meta última para conseguir la felicidad, algo muy distinto a lo esperado en las épocas de sus madres o abuelas.
Pocas mujeres adultas, hoy, siglo XXI, tienen la vida que esperaban cuando estaban creciendo. O lo que vieron y vivieron en su infancia o a comienzos de la adolescencia.
A muchas de ellas, les es imposible quedarse en casa sin trabajar. Un poco por la necesidad de cubrir costos elementales y otro poco por salir a la realidad cotidiana y no quedarse “prisionera” en la intimidad del hogar.
Algunas mujeres deben cumplir ahora diversos roles, ocupando cargos directivos en bancos o instituciones sociales; al mismo tiempo, deben cumplir como compañera en el hogar o en su rol de madre.
Algunas veces hemos escuchado quejas por no cumplir “a la perfección” todos esos roles polivalentes que le tocan a la mujer. El dilema de esta nueva etapa histórica para la mujer es totalmente impredecible. Un fin de semana compartiendo y organizando un encuentro familiar, y en el comienzo de la semana, participando de una negociación importante, como suele sucederles a las abogadas, a las directoras de bancos o a las responsables de decisiones políticas.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
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