El cuidado del espacio público es su mayor desvelo, repite desde que lo conocemos el jefe de Gobierno. Un orgulloso sello de la gestión. Y Mauricio Macri cuida el terreno común de los porteños a su estilo, de tal manera que los habitantes de esta sufrida y bella ciudad vivimos rodeados de chapones que superan la estatura humana media y son eficiente barrera. La Plaza Constitución, Plaza Francia, Parque Centenario, la 9 de Julio, varias calles del microcentro. Todos predios vedados a los transeúntes, y sigue la lista.
También en nombre de la defensa del espacio público, gente morruda de civil y de uniforme echa a las patadas a quienes duermen en las plazas o en la calle. A veces las imágenes llegan a la tele, como en Parque Centenario. A veces, el operativo nocturno no tiene testigos y una encuentra los ranchitos derrumbados y vacíos, cuando va a pasear la perra a la plaza del barrio y ya no están los que la saludaban: ¡Hola, Pancha! También las familias que ocupan –habitan– inmuebles del gobierno de la ciudad suelen ser desalojados a cajas destempladas y no hay niño lloroso que conmueva a los funcionarios en su férrea custodia del bien común. Velar por el espacio público incluye la expulsión de vendedores ambulantes y manteros en nombre de que la vereda será de todos, por ejemplo de los bares coquetos, pero no tanto como para de los que se ganan la vida vendiendo zoquetes, che. La voluntad desalojadora a veces tiene un freno en la Justicia, como ocurrió con la Sala Alberdi, y entonces los funcionarios PRO prorrumpen en extrañas morisquetas de niños desagradados.
Tanta furia limpiadora reconoce una sola fisura: la que revela la escandalosa lista de predios ocupados por empresas tan lucrativas como poderosas que funcionan con permisos vencidos, no pagan canon o pagan montos irrisorios. Ocupas de alta gama. El doble estándar del macrismo, su vista gorda a los ocupas ricos y su gimnasia expulsiva contra los ocupas pobres no defiende el espacio público sino un modelo de Ciudad quirófano, socialmente “limpia” de feos, sucios y malos. Una ciudad con custodios, puentes levadizos y barreras donde solo entran los que consiente el señor. La ciudad democrática, en cambio, es lo menos parecido a un quirófano. Es un lugar desordenado, ruidoso y plural donde deben caber los desdichados que no tienen trabajo y los que no tienen donde caerse muertos. Mal que les pese a los responsables de esos crímenes sociales.
Fuente Redacción Z
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