El mundo que nos rodea ha cambiado de forma vertiginosa en los últimos miles de años, pero nuestro cerebro sigue siendo exactamente el mismo. A lo largo del tiempo los seres humanos fuimos construyendo ciudades cada vez más grandes que nos permitieron organizarnos y estar a salvo de los predadores. Eso fue beneficioso por un lado, pero por el otro fue perjudicial, ya que nos alejó de la naturaleza. Las urbes siguen creciendo a merced de la construcción desenfrenada, con la consecuente reducción de los espacios verdes públicos. Generamos centros urbanos superpoblados y cada vez más alejados de la naturaleza que terminan siendo sumamente complejos para el cerebro humano.
Frecuentemente se apela con cierta vaguedad desde la política a las “ciudades verdes” sin tener en cuenta, para sus diseños, los numerosos trabajos científicos que en la última década se han llevado a cabo en países de Europa y en Estados Unidos. Estas investigaciones muestran datos impactantes y concretos sobre la importancia del contacto con la naturaleza para la salud y el bienestar físico y mental de los seres humanos.
Un estudio reciente realizado en Estados Unidos vinculó directamente la eliminación de la contaminación del aire por parte de los árboles urbanos con la mejora en la salud humana, particularmente en lo referente a enfermedades respiratorias y cardiovasculares. Los investigadores demostraron que los árboles salvan 850 vidas y previenen 670 mil casos de síntomas respiratorios agudos cada año, favoreciendo ademas a los sistemas de salud pública con un ahorro en de 6.800 millones de dólares anuales. Otra investigación, en la ciudad de Sacramento, California, demostró que el arbolado localizado en las caras oeste y sur de las viviendas reduce un 5,2 por ciento el consumo de electricidad en verano.
En el Reino Unido, un estudio demostró que la calidad de espacios verdes y la cantidad de tiempo que se pasa en ellos están relacionadas con una mayor cohesión en la comunidad, ya que aumenta el bienestar individual y la responsabilidad social en el cuidado ambiental y de la propia comunidad. Se comprobó que cuanto mayor es la cohesión social generada por la presencia de espacios verdes numerosos y de buena calidad en los que la comunidad interactúa, menor es la tasa de criminalidad y delincuencia en el área de estudio.
Frente a esta evidencia corresponde preguntarnos cuál es la situación porteña. La Ciudad de Buenos Aires cuenta con 2.890.151 habitantes (censo 2010) y 425 mil árboles (datos oficiales provenientes del Ministerio de Espacio Público). Esto da una relación de un árbol cada siete habitantes. Diversas estimaciones hablan de un mínimo razonable de un árbol cada tres habitantes. Para lograr ese mínimo deberían plantarse por lo menos 575 mil árboles más.
Por otro lado, los números de la Dirección General de Estadística y Censos del Ministerio de Hacienda porteño publicados en 2015 muestran que la proporción de espacios verdes por habitante bajó de seis metros cuadrados por habitante en 2006 a 5,9 en 2014. Eso está muy lejos del mínimo de entre nueve y once metros cuadrados recomendado por ONU-hábitat. Según estos mismos datos oficiales, entre 2007 y 2014 se perdieron 44,5 hectáreas de parques, 36 de canteros y 10 de plazoletas, aunque se ganaron 66 nuevas de plazas.
Ante este estado de situación es necesario crear nuevos espacios verdes públicos. En algunos barrios como Palermo o Villa Lugano hay proyectos en curso. Pero esto pierde sentido si no es acompañado por una planificación inteligente en la construcción inmobiliaria. La superficie construida en la Ciudad ha crecido muchísimo en los últimos años, más que lo que ha crecido la población, disminuyendo así la posibilidad de crear nuevos espacios públicos. También existe una gran inequidad en la distribución de los espacios verdes públicos. Hay barrios con una alta proporción, como Palermo (12,1 m2/habitante) y otros en franca desventaja, como Boedo o Almagro (0,2 m2/habitante).
Las investigaciones científicas demuestran con claridad que más espacios verdes públicos redundan en mejor salud pública, ahorro energético, menos estrés, mayor cohesión social y menor inseguridad. Es importante entonces trabajar desde todos los sectores para lograr que el concepto de “ciudad verde” deje de ser sólo un slogan y se materialice en políticas públicas o en fallos judiciales ejemplares que nos protejan de la desmedida expansión inmobiliaria. No basta con ir en busca de la naturaleza a las afueras; la naturaleza tiene que ser una parte constitutiva del patrimonio de las ciudades.
Matías Pandolfi es Licenciado y Doctor en Ciencias Biológicas (UBA), realizó su postdoctorado en la Universidad de California, es investigador adjunto del Conicet y docente universitario.
DZ/dp
Fuente Redacción Z
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