Cada mañana siento que abro un museo”, dice sonriendo Mariano Calzado; tercera generación –por parte de madre– propietaria del legendario bar adquirido en 1948 por la familia Ramos. La casa de dos plantas de Callao esquina Lavalle fue construida en 1880. Y tiene una rica historia previa a la del bar: fue residencia de la familia Lezama, que la alquiló en 1920 a la firma Singer como local de ventas de sus inolvidables máquinas de coser. En 1925, se convirtió en farmacia y en 1930, un asturiano aventurero aficionado a la caza y a las carreras de perros, le dio su destino actual. Eso explica lo de bar Los Galgos.
Es uno de los Cafés Notables de la Ciudad y conserva prácticamente toda la estructura original, incluidos los dos galgos de porcelana sobre el mostrador y la enorme manija chopera de bronce, con forma de cisne, de la que hoy sale agua pero que supo ser, por su extensión, la segunda serpentina más importante de Buenos Aires, detrás de la Munich. Para el Mundial 78 el piso del bar sufrió algunas modificaciones y se cambiaron las tapas de las mesas.
El ritmo lo marcó, desde 1948 hasta la actualidad, la familia Ramos. José se turnaba con sus hijos Horacio y Alberto para, a la usanza de la época, mantenerlo abierto las 24 horas.
Los Galgos fue refugio de políticos como Arturo Frondizi y Oscar Alende y también de artistas como Enrique Santos Discépolo y Aníbal Troilo. Cuando terminaba la noche, los tangueros que salían del Marabú, del Tibidabo o el Chantecler recalaban en Los Galgos, La Giralda, o Bachín. Las fotos en sepia y blanco y negro de esas figuras se multiplican en fotos sobre las paredes junto a la letra del tango dedicada a la tertulia femenina del bar.
Ahora, los que se turnan detrás del mostrador son la esposa de Horacio, Olga; Mariano, un nieto de Alberto– y su primo Nicolás. Y el bar abre sólo de 6 a 20. Ya no tiene mesas en la puerta, pero prometen reubicarlas para la primavera. “Heredé la pasión del café desde siempre –dice Mariano–. Pero también tuve por suerte largas horas de charla con mi tío abuelo Horacio. Siempre tenía alguna anécdota para contar”, recuerda. Cuando chico, Mariano iba al bar apenas salía del colegio, vivamente interesado por las barritas de chocolate para el submarino.
“Sólo hacemos sandwichería con los mejores proveedores, aunque cueste más caro –subraya–. Desde siempre, cada vez que se menciona el bar, la gente lo recuerda por el especial de crudo. Es otra de nuestras tradiciones”, explica. Dan fe de ello el personal que los acompaña desde hace 30 años: los mozos Martín y Pedro Mendoza y Froilán Valenzuela, bachero y sandwichero.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
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