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TEMAS DE LA SEMANA

Claroscuros contemporáneos

Una muestra reúne obras de 22 artistas de todo el país que, desde miradas diversas, ponen luz sobre la oscuridad de su propio tiempo.

Por Daniela Pasik
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como un destello 1

Para notar la luz hay que entrar en la oscuridad. No es un aforismo ni una frase de autoayuda, pero sí quizás una especie de juego. Porque recorrer Como un destello es, en un punto, una experiencia lúdica y ese paseo por el claroscuro moderno es en cierto modo la inteligente propuesta de esta exposición curada por Cristina Blanco, que reúne obras de 22 artistas de todo el país.

Si a pinceladas y actitud punk en el siglo XVI, Caravaggio llevó el barroco hasta el tenebrismo, ¿qué hubiera hecho con video, fotografía o el concepto de la instalación a su disposición? En la planta baja y dos pisos de la Casa Nacional del Bicentenario hay un clima bajo, y las obras destellan diversas miradas.  Todo está ordenado en un blanco y negro, lumínico y sombrío, que podría ser como un suelo damero en 3D.

“Es una muestra de arte contemporáneo que intenta señalar a través de instalaciones, videos, fotografías, objetos y dibujos aquello que se nos presenta desde la sombra”, resume Blanco, que aclara: “entendiendo la oscuridad como una forma de emancipación, como un refugio, se propone un repliegue de la luz en el espacio de exhibición”.

Eclipse, de Andrés Pasinovich, juega con lo monacal en cuartito oscuro con un vitraux eclesiástico proyectado, que se va pintando de negro hasta dejar al espectador encerrado, y libre, en una noche opaca.  En la sala de al lado está Dolores de Argentina, de Dolores Cáceres, que trabajó en una habitación blanca con neones apagados que escriben otros opuestos que sugieren claroscuro: “libre-esclavo”, “patria-muerte”, “izquierda-derecha” o “activo-pasivo”.

Eclipse, de Andrés Pasinovich

Eclipse, de Andrés Pasinovich

La oscuridad y lo que asoma, o no, en Como un destello, es también algo político, además de estético. El día dejó de pensar, de Ignacio Iasparra, es una serie de fotos en donde la luz trabaja junto al gesto de ocultar el rostro, siempre de mujer, en posturas femeninas, pero nunca desde el cliché. O No place to hide, la instalación de Aili Chen, que aparece cuando el visitante cree que terminó la muestra y en un recoveco respira un monstruo de papel, que ilumina, destella o truena y después se apaga hasta dejar al público en un rincón casi opresivo.

Una obra puede afectar a quien la mira, o a quien la usa, como en el caso de Manchas, de Diana Schufer, que propone acostarse en colchones en una pequeña habitación sin luz que se llena de ruidos, primero campestres, después raros. Grillos, voces de niños y una proyección en el techo relajan y aterran por igual. También el público cambia lo que se exhibe. Como la instalación de Alfio Demestre, sin título, que se completa cada vez que alguien entra al espacio y su sombra  interfiere o completa un video del mundo, que se blurea hasta ser una miopía azul. Adelante, una máscara custodia el cuarto.

Paisaje Morfina, de José Luis Landet.

Paisaje Morfina, de José Luis Landet.

El conjunto toma, embelesa, casi tiñe el edificio, que tiene sus propios claroscuros y se calza el guante de esta muestra en la que se entra, literalmente, a las obras. Como la instalación de José Luis Landet, Paisaje Morfina, que cuenta la historia del arte universal en un laberinto hecho con bastidores y cuadros ajenos. Para recorrerlo hay que tocar, incluso pisar, muchas obras y sortear pequeños cabezas de yeso de Carlos Marx, desparramados por el piso o colgados del techo.

Tres deseos, de Rosalba Mirabella, podría ser una aquelarre, casi festiva en su oscuridad iluminada por muñecos, y es algo humorístico, pero a la vez trascendente, que al salir, a la derecha, estén las tumbas grafiteadas, torcidas, abandonadas, que reúne la porción de cementerio que construyó Carlos Huffmann.

Carlos Huffmann, Sin título.

Carlos Huffmann, Sin título.

“Fascinados por la proliferación de imágenes en la cultura contemporánea, ¿cómo escapar a tanto estímulo?”, pregunta en su texto curatorial Blanco. Eduardo Basualdo, la dupla compuesta por Christian Delgado y Nicolás Testoni, Matías Ercole, Tomás Espina, Ana Gallardo, Pablo La Padula, Estefanía Landesmann, Malena Pizani, Ricardo Pons, Florencia Rodríguez Giles, Verónica Romano y Luciana Rondolini son el resto de los artistas que ponen sus luces y sombras al servicio de la respuesta en una muestra que trabaja sobre los contrastes. Y desde ese refugio aparentemente opaco, alumbran la oscuridad moderna.

Alfio Demestre, sin título.

Alfio Demestre, sin título.

Como un destello. Hasta el 29 de agosto en la Casa Nacional del Bicentenario (Riobamba 985), de martes a domingos de 13 a 21. Gratis.

 

Fuente Diario Z
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