Si hay un escenario tanguero posible en la Buenos Aires del siglo XXI. Si todavía existe esa chance en una ciudad de grandes torres, caos y árboles talados. Si todavía queda un rincón para resguardarse en cierta bohemia, ese lugar es Los Laureles.
Hay que llegarse hasta la avenida Iriarte al 2200, en Barracas al sur. Antes de llegar, de lejos, se ve un boulevard, un puente sobre las vías del tren y los adoquines iluminados por las farolas. Un sábado, antes de pisar el número 2290 de la calle, se escuchan tanguitos en discos de pasta. Entrar en el bar es meterse en un mundo de pisos ajedrezados, de cantores de Barracas y Pompeya que por fin se unieron en un espacio, de historias que se remontan a 1893, cuando el lugar se llamaba Almacén Valdez.
“Este lugar, así de lindo como lo ves, iba a ser un edificio de departamentos. Finalmente, hubo un problema con el negocio inmobiliario y yo compré el fondo de comercio en 2007. Fue una travesía meterme en esto. Tuvimos épocas de prohibición y clausura. Pero estamos vivos, autogestionados y de barrio”, define al lugar Doris Bennan, que se califica como “irresponsable artística” del lugar.
A lo largo de su historia, Los Laureles fue lugar de charlas políticas, de debates entre conservadores y socialistas. Acá venían Alfredo Palacios, Benito Quinquela Martín y el “Mono” Gatica, entre otros. Hoy, es un lugar de encuentro para músicos y amantes del tango. La programación artística –en todos los casos la entrada es libre y a la gorra– comienza el jueves. Ese día, se hace el ciclo Milonga Rumbo al Sur, con recitales en vivo. El viernes hay Peña de Cantores, con los valores de Barracas y Pompeya, que se juntan en un solo sitio, algo que en otras épocas hubiese sido impensado por la rivalidad.
“Vienen los que pertenecían al bar El Chino. Costó la integración, pero lo logramos. El ambiente del tango es un poco particular, ¿viste? Hay algunos celos y esas cosas. Pero nosotros nos gusta que sea un espacio para la integración y la cultura popular”, dice Bennan. Ese día, la pista se llena de zapatos de charol, de hombres peinados a la gomina… En suma: de postales de otra época. Hay algunos personajes infaltables, que ya forman parte del lugar: Inés Arce, de 86 años, a la que todos conocen como La Calandria de Pompeya. Y Omar Casas, ex vocalista de la Orquesta de Domingo Federico.
Los sábados, desde las 21.30 a las 4, se hace un ciclo que ya es un clásico: Las Milonguitas Empastadas. Es una milonga en la que únicamente se pasan discos de pasta. El lugar tiene una colección de casi siete mil, donada por los hijos de un sonidista de Radio Nacional de los años 50 y 60.
Las noches tienen una impronta temática. Pero los públicos se mezclan. Ahí se ve a un pibe de 20 en chamuye furioso después del baile. O a un hombre de unos 80 apurando un vino y unas rabas porque se viene la próxima pieza. También convive el espíritu de Leonardo Favio, que eligió este lugar para algunas escenas de “Gatica”. Y el propio boxeador, que seguramente alguna vez dijo acá: “¡Mono, las pelotas! Soy el Señor Gatica”.
Los Aureles: Discos de pasta y cantores de barrio
Abrió en 1893. Alfredo Palacios, Quinquela Martín y el “Mono” Gatica fueron sus habitués. Hoy hay milongas y shows en vivo.
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