De las Navidades, recuerdo los azahares (esas florcitas blancas, como las del naranjo o las del limonero). Villa Ballester estaba lleno de ésas, y tienen un olor que siempre me gustó mucho. Yo tendría 16 años, más o menos, y fue la primera vez que no estuve interesado en la fiesta familiar. Quería salir con mis amigos y con una novia que tenía. Además, siempre pasaba lo mismo. Me acuerdo de un tío que, a las 12, se iba a llorar debajo de la escalera. No soportaba la última campanada el tío Pedro. Y mi tío Nicastro, inevitablemente, estaba en pedo a la medianoche. Una vez, lastimó cerca de la clavícula a mi papá por darle y darle con el martillito de romper nueces. Mis tías -familia española, cinco hermanos por rama- cocinaban una barbaridad. Mucha comida pesada que nos dejaba, al otro día, tirados alrededor de la pelopincho. Y a la espera del resto de los parientes que caían a la tardecita a comer lo de la noche anterior.
Esa Navidad me fui después del brindis para ir recolectando amigos por el barrio y, cuando estábamos todos juntos, que era casi de día, empezábamos a repartir a las novias a sus casas. Llegabas a tu casa y te dormías hasta las cinco de la tarde sin que nadie de jodiera.
DZ/km
Fuente Redacción Z
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