Hace casi 150 años que la Ciudad de Buenos Aires se divide entre un Norte pudiente y un Sur postergado. Pero el crecimiento más reciente de villas de emergencia en barrios como Palermo, Chacarita o Núñez, empezó a desnivelar los porcentajes del “todo bien” de la zona norte de la Ciudad. Este crecimiento se dejó ver en el Censo 2010, pero muchos los vimos crecer, convertirse de pequeños asentamientos de algunas decenas de familias a “el barrio” de centenares de personas. Pero aun así, los contrastes continúan siendo suficientemente grandes hasta perfilar dos ciudades dentro de una.
En la Ciudad de Buenos Aires, viven 2.890.151 personas. Y como en general los porteños no son muy amigos de las familias numerosas, es una población envejecida: solo el 20,8 por ciento tiene menos de 18 años. Pero esto significa que 600.684 son chicos. Y de esos, 4,70 de cada diez son pobres. Como los chicos no se dividen en números decimales, son pobres cinco de cada diez. O sea la mitad.
¿Cómo medir quién es pobre?
La Dirección de Estadísticas de la Ciudad elaboró dos canastas, una Básica y otra Total. Ambas agrupan cierta cantidad de elementos; según el acceso a ellos, se considera a una familia indigente o pobre. La Canasta Básica alcanza para sobrevivir: alimentos y bebidas. La Canasta Total considera una vida digna (alimentos, servicios, telefonía, transporte, útiles escolares, artículos de limpieza, cuidado personal, esparcimiento, ropa, remedios y salud, bienes muebles o electrodomésticos). En el segundo trimestre de 2012, para no ser indigente alcanzaba con $2.488. Para no ser pobre, con $5.662.
Según estos parámetros, en la Ciudad viven 150.034 indigentes y 880.382 pobres. Casi un tercio de la población total. Y del total de pobres, el 43,8 por ciento son chicos. Esto porque en el sector de menores recursos el índice de natalidad supera el promedio de la Capital Federal.
La pobreza, entonces, tiene la cara de un nene o una nena. O, para decirlo en palabras de un informe conjunto de la Asesoría Tutelar y del CELS, “la infancia es el territorio de la pobreza”. Ser pobre significa que, aunque la persona coma, lo que come no lo nutre. Significa que vive en una casa precaria, hecha de materiales de escasa calidad. O que no tiene red cloacal, agua, gas o luz eléctrica. Ser pobre significa que el derecho a la educación se va alejando con cada nuevo cumpleaños. Ser pobre muchas veces te hace invisible.
La Ciudad está dividida en comunas, todavía difíciles de recordar para los que están acostumbrados a señalar a los barrios por su nombre. La Comuna 14, por ejemplo, antes era simplemente Palermo; la Comuna 2 siempre fue la Recoleta; más complicado aún cuando una comuna la componen varios barrios, como en el caso de la Comuna 8, que abarca Villa Riachuelo, Lugano y Soldati.
Según el Censo 2010, en los últimos años la población creció en el corredor sudoeste de la ciudad. Es decir, en La Boca, Parque Patricios, Nueva Pompeya, Barracas, Lugano y Soldati. En síntesis, en las Comunas 4 y 8. Junto a la comuna 1 –es decir, Retiro- son las que exhiben los peores índices. La mayor concentración de villas de emergencia, las más extensas y que se encuentran en permanente crecimiento, tanto horizontal como vertical.
Casillas arriba de casillas como edificios de departamentos de ladrillo a la vista y techo de chapa. Y ahí, justamente ahí, hay menos escuelas por cantidad de niños y jóvenes; los padres tienen diez años menos que en la media de la Ciudad y, por si fuera poco, se concentra un alto número de las mamás adolescentes. El salario promedio en estos barrios ronda los $2.801 (año 2012). Ahí vive la mayoría de los porteños que sólo cuentan con el sistema de salud público, donde hay menos líneas de colectivos y el subte no llega, entre otras dificultades.
El único número a favor que tiene el sudoeste porteño es que concentra la tasa más alta de natalidad. Son barrios de jóvenes y niños.
Mi hogar
Edificios, casas, casitas, casas tomadas, inquilinatos, hoteles, hotelazos, casillas, ranchos, pura madera, cortón y bolsa, calle: así se vive en la Ciudad de Buenos Aires. En 2010, el déficit habitacional era del 11 por ciento. Pero un 23,9 por ciento de las viviendas estaban vacías; sí, vacías. El informe subraya la inexistencia de políticas estatales para que el sistema de alquiler no sea perverso. Hoy, los requisitos están fuera del alcance de muchos: dos recibos de sueldo en blanco, dos garantías con domicilio en Capital, también dos meses de adelanto más dos meses de depósito y, por si fuera poco, la inmobiliaria se lleva una comisión del 5 por ciento de la operación.
Si el Estado se lo propusiera, el que alquila podría comprar su casa a través de un crédito con una cuota similar al alquiler. Pero los que ofrece el Instituto de la Vivienda (IVC) tienen cuotas mensuales que equivalen al 40% de los ingresos familiares. Para las personas más desguarnecidas, el Estado sólo ofrece viviendas transitorias en ruinas o subsidios temporarios para alojarse en hoteles miserables. O sea, una expulsión más o menos explícita.
La comuna que más se pobló en la última década es la 8, en el extremo sur de la Ciudad. Creció un 15,8 por ciento. Donde peor se vive es a donde más gente se tiene que ir a vivir.
Muchos no entraron nunca a una villa. Muchos otros, nunca han salido de ellas. Calles de barro, sin veredas ni angostas ni anchas, no hay lugar para que entren colectivos, ni patrulleros ni ambulancias. Algunos pasillos tienen el ancho de una persona corpulenta. Ni hablar de accesibilidad para discapacitados. Carencia de redes cloacales, de red de agua y de gas. La luz se corta seguido, porque las instalaciones son precarias, inseguras.
En la zona norte, en cambio, el 99,4 por ciento tiene servicios de luz, gas, agua y cloacas. Hay veredas y calles, semáforos y parques con juegos. Escuelas y colectivos.
En la zona sur, el 12,4 por ciento vive en condiciones de hacinamiento. En la zona norte, apenas el 1,1 por ciento.
Mi familia
En Buenos Aires, de cada 100 personas, 48 son “activas”. Quiere decir que tienen entre 15 y 64 años y están en condiciones de trabajar. Las otras 52 son “dependientes”; la mitad de ellas son niñas y niños. En Lugano y Soldati, la cifra asciende a 39 menores cada cien personas.
Para calcular el costo de canasta familiar se considera el modelo mamá, papá, dos hijos. En las familias de la Comuna 8, el salario promedio es de 2.801 pesos y el ingreso per cápita –dividido por cuatro- ronda los $859. Lo que la estadística no dice es que en esa “familia tipo” viven muchos más chicos. En Recoleta o Palermo, en cambio, suele haber un solo hijo por familia. En los barrios del norte de la Ciudad, el ingreso per cápita es superior a los $2900.
En 2012, el segmento más rico de la Ciudad ganó 13 veces más que el de los más pobres. En el medio, hay un “colchón” equivalente al 40% de las familias porteñas que son las que tienen un empleo y ganan salarios de entre $3.200 y $4.000.
En el sudoeste, abundan las madres y padres muy jóvenes, muchas veces changueros o directamente desocupados. Más de un tercio terminó solamente la primaria. En esas barriadas, siete de cada diez chicos menores de 4 años tienen madres con dificultades para ayudarlos en la escuela: ellas mismas no terminaron la secundaria. El informe de la CTA “Ni un pibe, ni una piba menos” da cuenta de las fronteras que significa vivir en la villa: “Los chicos permanecen en los pasillos, se quedan tirados en los barrios. No transitan la Ciudad, se trata de invisibilizarlos del espacio público”.
Sólo el 3,8 por ciento de las mamás porteñas son adolescentes. Pero dentro de las de menores ingresos, la cifra se duplica hasta el 8,3 por ciento. Las madres adolescentes suelen ser pobres y también vecinas. Viven en las comunas 4 y 8. Allí se concentra el 30,7 por ciento de los embarazos adolescentes. Otra cifra que asusta es la de la mortalidad infantil: mientras que en La Boca, Barracas y Pompeya se mueren 11,1 bebés por cada mil nacimientos, en Palermo la cifra desciende a 5 por cada millar de partos.
Mi Hospital
El 80 por ciento de los porteños tiene obra social o prepaga. El resto (18,7 por ciento) usa exclusivamente el sistema público. Los médicos y los enfermeros denuncian sistemáticamente lo obsoleto de la tecnología, la falta de personal, la falta de insumos: ese es el hospital de los pobres porteños. Casi la mitad de los pacientes del hospital público viven en Soldati, Riachuelo y Lugano. Pero el hospital que tienen más cerca es el Santojanni, que queda en Liniers. Después están el Piñero y el Álvarez, en Flores. Como ya dijimos, los barrios de la comuna 8 son los que cuentan con menos transporte público y aquellos donde la gente no tiene un peso.
En Villa Lugano, se inauguró en 2011 el ansiado “Hospital de Lugano”, reclamado durante décadas. Pero es más un centro de salud con consultorios externos que un verdadero hospital. Tiene menos de diez camas y no cuenta con acceso para ambulancias. Con todo, las salitas se convierten en la asistencia real de un sector enorme. Donde urge la existencia estatal, el Estado huye.
En cifras: si en general, 1 de cada 4 niños no tiene cobertura de salud; entre los más pobres ocurre con más de dos cada cuatro (el 58 por ciento). Y otra vez, algunas avenidas abren un abismo: el 91 por ciento de los adolescentes de los barrios del norte saben adónde ir o a quién llamar cuando les duele la panza. Algo que, en cambio, desconoce el 47,1 por ciento de los chicos de la misma edad, pero de la zona sur.
Mi escuela
Los chicos que viven en casas precarias, que no saben quién es su pediatra, que comen cosas que no los alimenta, que nunca fueron al cine o al teatro y que jamás se fueron de vacaciones son los mismos que tienen que caminar mucho para ir a estudiar, porque en su barrio hay muchos más chicos que jardines maternales públicos y hay pocas escuelas.
En las comunas del corredor sudoeste, un cuarto de los niños camina 10 cuadras para ir al jardín; y un tercio, 20 cuadras. Esta proporción crece cuando hablamos de escuelas primarias. En el caso de los estudiantes secundarios, el 58,6 por ciento está a más de 20 cuadras de su colegio.
Si un chico tiene que caminar –con sus cortos 3, 4 o 6 años– 20 cuadras para ir a estudiar, ¿a quién responsabilizar entonces por la deserción escolar? Calle de tierra, pasillo desde casa hasta la entrada de la villa, mugre por doquier, narcos, zapatillas rotas, frío tal vez, lluvia también, y entonces barro: es una proeza que estas criaturas lleguen a las aulas a decirle “seño” a la seño que se va a encargar de enseñarles a escribir, a reír, a que existe un mundo fuera de sus casillas a las que inevitablemente van a tener que volver. En este sector de la población, la universidad es una utopía que intentará alcanzar apenas 1 de cada 10 pibes.
Los adolescentes, “los pibes – concluye el informe de la CTA– viven el puro presente y están convencidos de que nada cambiará, no pierden su futuro cuando dejan la escuela ante un embarazo o porque tienen conflicto con la droga porque la vivencia les indica que ya lo han perdido”.
Pensar en números deshumaniza, los números no tienen caras, caritas; no sufren frío ni pasan hambre. Los números no se mueren de paco ni tienen hijos antes de haber salido al mundo. Para entender cómo va a seguir creciendo esta ciudad hay que ponerle caras, caritas a los números: 1 Kevin, 2 Leila, 3 Francisco, 4 Martín, 5 Kiara – son pobres. 1 Martín, 2 Federico, 3 Julieta, 4 Violeta, 5 Juan – cuando salgan del cole hoy, alguien los espera y seguro saltan pidiendo ir un ratito a la plaza antes de volver a casa.
Pensar porcentajes oculta, al corazón del lector, el dolor de que no haya Estado ahí donde no hay nada más.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
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