Se levanta en la intersección de la avenida Almirante Brown y las calles Benito Pérez Galdós y Wenceslao Villafañe. En la planta baja, hay una farmacia, justo en la esquina un puesto de flores y por una de las entradas laterales se accede a una galería de arte. La vida se sucede allí normalmente y aunque la leyenda tejida sobre esta casa haría creer lo contrario, ningún fenómeno sobrenatural parece hacerle difícil la vida a quines la habitan. Según la historia, una tragedia se desencadenó después de que un fotógrafo descubriera, tras revelar un retrato hecho a una antigua inquilina de la casa cuyo nombre era Clementina, la presencia de unos gnomos en el tercer piso de la torre. Clementina, no pudiendo soportar el contacto con este más allá, o que un desconocido accediera a su secreto, perdió la vida no se sabe bien cómo a poco de haber sido sacada aquella foto.
Según Fabiana, escultora y personaje barrial de La Boca, antes o después de estos hechos, el lugar fue un fumadero de opio. Laura, vecina, afirma que no lo fue y que en su origen está la sencillez: se construyó como una vivienda familiar, alegre, con muchísimas ventanas. Que su diseño imita al de una torta con adornos y columnas, o al de una proa en cuyo piso más alto se disimula el primer tanque de agua que tuviera un edificio de la zona, son las dos versiones que Alejandra, vecina del barrio y artista plástica, aporta. Para ella, el final de Clementina es misterioso: se trató de una desaparición o bien de un suicidio impulsado por una razón desconocida. Era una mujer hermosa, joven, talentosa, a la que le iba bien en la vida y que se sentaba a tomar el té en uno de los balcones mientras era admirada por los vecinos del barrio. “¿Qué motivo podía tener alguien así para quitarse la vida?”, se pregunta Alejandra.
Como se puede ver, sobre la Casa del Fantasma, así se la suele llamar, los vecinos de La Boca dicen de todo, ellos contraponen versiones extrañísimas e imposibles de comprobar, porque en esta torre no entran más que sus habitantes: no es un museo, ni un edificio histórico, ni una casa abandonada. Allí, simplemente, vive gente de carne y hueso que no se queja de ningún fenómeno paranormal de esos que según María del Carmen –tarotista y médium del barrio– han invadido la propiedad desde hace años.
Un manto de niebla–la del Riachuelo– parece haber caído sobre la historia del edificio, hasta el punto en que la autoría del proyecto arquitectónico, que recibió Primer premio municipal, es adjudicado por algunos al francés Gustavo Lignac mientras que para otros se trata de una obra más de las que el arquitecto Guillermo Álvarez diseminó por toda la capital. Tampoco queda claro si se terminó en 1906, 1908 o 1910, el año del premio. según una versión, en el año 10, una poderosa estanciera llamada María Luisa Auvert Aurnaud decidió invertir en La Boca, comprar un terreno y encargarle la obra a Guillermo Álvarez, con quien compartía sus raíces catalanas. Le propuso al arquitecto que construyera un edificio de estilo ibérico que ella misma se encargó de decorar más tarde con muebles traídos de la península. Pero la felicidad del proyecto concretado le duró poco a la millonaria. Vivió allí tan sólo un año, y en cuanto comenzaron a aparecer los fantasmas tanto ella como sus sirvientes salieron espantadísimos y nunca regresaron. La casa se subdividió en los departamentos actuales y se alquiló.
El propietario del primer piso se niega a revelar su nombre, pero asegura que en esa casa vive sólo él, que no se ven fantasmas y no se escuchan otros gritos más que los que vienen de la calle mezclados con las bocinas de los autos o los cantos de las hinchadas domingueras que, a veces, muchas veces, le dan más miedo que los gnomos.
Fuente Redacción Z
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