El primer desvío del doctor Juan Vasen fue mientras iba para pediatra de estetoscopio y bata, pero notó que los síntomas de una gripe le interesaban menos que las emociones de sus pacientes. Una especialización en psiquiatría enfocada a la infancia lo acercó a ese mundo, pero en el paso por varios hospitales públicos siguió sintiendo que le faltaba ver cómo se manejaban esos chicos a los que trataba cuando estaban fuera del consultorio.
El nuevo viraje lo llevó a involucrarse en proyectos en los que el tratamiento psiquiátrico también consistía en talleres de apoyo escolar, escuelitas de fútbol y finalmente en el programa Cuidar cuidando, que desde hace más de veinte años lleva a chicos con problemas de inserción, que son atendidos en hospitales públicos, a trabajar como asistentes de los cuidadores del zoológico. “Es interesante porque salen de un lugar donde son cuidados a un lugar donde deben cuidar a otros”, cuenta este especialista en psiquiatría infantil, al que Diario Z consultó para hablar sobre el fenómeno del bullying o acoso escolar. La voluntad de Vasen de mirar ciertos problemas de forma oblicua hace que rápidamente sus ideas vayan más allá del eje obvio de la violencia en la escuela y se detengan en el contexto histórico: un momento en el que la figura del ciudadano está en pugna con la del cliente o el espectador.
¿Usted usa la definición de bullying?
Es una etiqueta que acuñaron en Europa y se puede utilizar, pero la traduciría como maltrato, acoso o patoteo. Hay muchas maneras de describirlo porque, por otra parte, asume formas distintas. Una cosa es cuando se mantiene en el campo de lo dramático, que sería el conflicto entre chicos, la cargada e insistente molestia sobre alguno. Otra cuando pasa del drama a la tragedia y ya hay heridas graves, muertes o hasta masacres, como en Estados Unidos. Lo grave ahora es la generalización de estos casos y la ruptura de ciertos marcos. Hace dos años un chico salió deprimido de la escuela porque lo cargaban, agarró la pistola del cajón del abuelo y se mató. Ahora ocurrió lo de esta chica Naira (Cófreces), que fue a la salida de la escuela pero con gente que en parte fue traída desde fuera. En la escuela siempre hubo reyertas, todos nos hemos peleados, pero eso se mantenía dentro de cierto acotamiento.
¿Qué cambio para usted?
Yo creo que se perdieron los códigos para dirimir los conflictos. Pongo un ejemplo caricaturesco: en el siglo XIX había un duelo y uno mataba a otro. Pero después los familiares del muerto no iban con palos y machetes a atacar a la familia del que ganó. En la escuela, lo mismo. Te peleabas, se hacía ronda, los chicos vivaban al que ganaba, era hasta ahí. Ahora las peleas se filman, aparecen cuchillos y formas de golpearse sumamente dañinas. No es lo mismo una piña que patear a alguien en la cabeza repetidamente. Creo que esto está imbuido de cierto barrabravismo y hasta ciertas formas de luchas muy promocionadas, como el vale todo, que aunque tiene reglas no tiene códigos, permite patear a alguien en el piso.
¿Lo sorprende que filmen?
No. Ya Bart Simpson decía que a él lo había criado la televisión. Y hoy la presencia en los medios, esos quince minutos de fama, son una forma de existir aunque sea ante un grupo o subgrupo. Ésta es una tentación importante y tiene que ver con la transformación de una figura del siglo pasado, la del ciudadano, en la del consumidor y la del espectador.
¿Trabajó en alguno de esos casos trágicos de abuso escolar?
No directamente, aunque entrevisté a un chico que había cometido un crimen. La víctima era un compañero pero no ocurrió en la escuela. Era un chico aparentemente normal pero muy grave en su modo de conexión con lo demás, parecía no registrar lo que pasaba. Eso es un punto fuerte, la pérdida del carácter de semejante del otro. Un ejemplo son los videojuegos, cada vez más violentos. La mayoría de los chicos puede diferenciar fantasía, juego y realidad, pero hay condiciones que hacen que eso no sea tan así. En esa pérdida de realidad el otro deja de ser alguien frente a quien además de derechos, tengo obligaciones. Y la cuestión de consumismo es una fuente fuerte de eso.
¿Por qué?
Yo menciono la publicidad de un perfume que dice “are you on the list”, o sea, ¿estás en la lista? Es un lema casi fascista, que hace gala y festeja el hecho de que muchos quedan fuera. Esta idea además se expande con la mediatización. Antes los ricos estaban escondidos en cierta manera, no circulaban ni pasaban abajo de tus narices. Ahora lo ves, está filmado y eso genera una sensación de exclusión muy dolorosa. A veces literalmente, con situaciones que lindan con la miseria, pero en otros casos tiene que ver con la exclusión de ciertos ámbitos: un espacio equis, una fiesta. Es como estar fuera de la lista de los botes del Titanic y sentir que te vas a hundir, te genera bronca y resentimiento. Otro punto curioso es que el ciudadano tiene derechos y obligaciones, pero el consumidor sólo tiene derechos. Eso trasladado a la infancia genera chicos que se crían más como futuros consumidores que como ciudadanos y los lleva a pensar que tienen más derechos de los que deberían. Es como una generación de caprichosos, se podría decir.
¿Lo ve en todas las clases sociales?
De distinta manera, pero sí. Una cosa que se veía por ejemplo con la asignación universal era que las mamás hablaban con orgullo de poder comprar zapatillas de marca para el chico. Era reafirmar su rol proveedor y protector. Pero llevaba a los chicos, en un sector de recursos limitados, a demandar esas cosas. Es como si las marcas que nos igualaban como ciudadanos fueron avasalladas por estas otras marcas que diferencian por lo social o lo económico.
¿Qué condiciones hay en la escuela para que esto se vea ahí?
La escuela pública es el lugar donde hay chicos de muy diversas procedencias sociales, culturales y económicas, una diversidad que normalmente produce conflictos. El tema es que en esta lógica esas diferencias se transforman en antagonismos y resoluciones violentas. Ojo, esto también ocurre en escuelas privadas, pero con estratificaciones más sutiles. El otro día iba a tomar avión y me daba cuenta de que existen seis o siete rangos de pasajeros entre turista y primera, son como castas de pasajeros. Es raro porque dentro de una sociedad democrática tenemos blanqueadas estas cuestiones de sociedades de casta.
¿Ha trabajado con espectadores de estos episodios?
No tanto, pero es cierto que sin tribuna no hay espectáculo. Y cuando uno juega para la tribuna termina alienado, más pendiente de la tribuna que de lo que uno hace. Esto si se ha potenciado porque la tribuna ahora puede tener escala planetaria, con una filmación colgada en Youtube. Eso de ser popular o famoso se ve en las preguntas sobre la vocación. Antes te decían bombero, un oficio, pero cambiaron por famoso o millonario.
¿Cómo ve las respuestas institucionales?
No conozco las novedades de legislación de estas últimas semanas, pero creo que una de las cosas centrales a trabajar es la vinculación fracturada entre padres y escuela. Antes los padres delegaban en la escuela la formación sin pensarlo, con confianza. Hoy cuando aparece un conflicto suelen ponerse de parte de los hijos. Es cierto que hubo arbitrariedades en las escuelas, un desprestigio con algo de gasallismo, esa cosa de directoras gritonas, pero es indispensable establecer una vinculación con esos adultos y rever el rol que les corresponde en la crianza. Me acuerdo de que hace muchos años fui a España, poco después del destape. Estábamos paseando por un castillo con un matrimonio argentino amigo y su hijita. La nena tenía cinco años y básicamente no se divertía: cantaba, gritaba, corría, hasta que de repente se escucha un sopapo y la nena llora. Mi amigo va e increpa al tipo que le pegó, que se justifica diciendo “es que tenemos que educar a los niños”. Mi amigo se indignó porque la niña era “su” hija, pero era interesante el contrapunto. Hay un lema africano que dice que para criar a un niño hace falta una tribu, no una familia y creo que esta lógica es parte de lo que está en tensión: por un lado la idea del hijo como propiedad de una familia con derecho a criarlo como quiera y por otra el hijo criado socialmente como hijo, no solamente por sus padres.
¿Qué respuesta creativa ha visto en este tema?
En Escocia funciona algo que tiene que ver con el trabajo comunitario, llevando a las familias a las escuelas. Según ellos ha logrado resultados importantes porque genera cierto respaldo para tramitar situaciones difíciles. Esto no elimina los conflictos, pero sí evita que pasen a tragedia.
Perfil
Nació en 1953 y estudió Medicina y Psiquiatría infantojuvenil en la Universidad de Buenos Aires. Ha escrito libros como El mito del niño bipolar y Contacto animal, entre otros títulos. Desde 1980 se desempeña como médico psiquiatra en hospitales públicos de la ciudad, primero en el hospital Gutiérrez y luego en el Tobar García, donde trabaja actualmente. También es coordinador del programa Cuidar-Cuidando, que desde 1990 lleva a jóvenes que están en tratamiento psicológico en algún hospital público porteño a trabajar como asistentes de los cuidadores del zoológico. “Mi idea es que si salud mental no apunta a la reinserción social, pierde su parte más importante. La clave, además de la cura sintomática, es que el chico o el joven se sostenga afuera y no entre en circuito de internaciones periódicas. De ahí la importancia de crear espacios intermedios o puentes”, explica sobre ese proyecto.
Fuente Redacción Z
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