Apenas fundada, en el siglo XVI, Buenos Aires no llamó la atención de la metrópoli española, concentrada en engrandecer centros mineros como Potosí o Lima. Pero desde que se convirtió en capital virreinal en 1776, la Reina del Plata cobró un vigor que la transformaría en uno de los centros urbanos más importantes de la región. Llegada la independencia, y en pleno desarrollo del modelo agroexportador, la ciudad se expandió física, poblacional y económicamente. La segunda mitad del siglo XIX estuvo caracterizada por el desarrollo urbano, inspirado en el estilo arquitectónico europeo, sobre todo el francés: enseguida Buenos Aires se convirtió en «la París de Sudamérica». Ese esplendor, que mimetiza a la Avenida de Mayo con la Gran Vía madrileña y la Recoleta con la capital francesa, no sólo reside en edificios; también se pensó para las áreas verdes, concebidas no sólo como espacio de contacto con la naturaleza, sino para enaltecer la ciudad. Hoy, algunos de esos espacios verdes -espacios públicos- son modificados por obras de construcción o mantenimiento que no necesariamente respetan el trazado original, incluso cuando están protegidos en términos patrimoniales.
Plaza Francia
El caso más reciente es el de la plaza Intendente Alvear, conocida como plaza Francia, aunque la verdadera plaza Francia se ubique en la otra mano de Pueyrredón, enfrente del Museo Nacional de Bellas Artes. La plaza Alvear, a los pies del centro comercial Buenos Aires Design y de la Basílica Nuestra Señora del Pilar, fue diseñada por Carlos Thays, quien estuvo a cargo de muchos de los espacios verdes distintivos de la ciudad, como el parque 3 de Febrero o el Jardín Botánico.
Creada en 1892, en pleno auge de la belle époque francesa en Buenos Aires, la plaza Alvear fue incluida en el área de protección histórica del llamado «Ámbito Recoleta», según la ley 3.106 de la Legislatura porteña, en 2009. Sólo se autorizan obras que no alteren el carácter del ambiente, se deben conservar las especies arbóreas existentes, y en caso de reponerlas o renovarlas se debe hacer atendiendo «no sólo a criterios paisajísticos sino también a valores históricos».
El tapiado colocado desde los primeros días de enero le da la espalda a la ley: con el objetivo de construir una estación de la línea H del subte, se removieron árboles históricos y se destruyó la barranca. Según la señalización que el gobierno porteño instaló, los trabajos durarían 43 meses -algo menos de cuatro años- y tendrían un costo de 2.227.408.082,58 de pesos, bajo la dirección de Subterráneos de Buenos Aires S E. (Sbase).
La organización Basta de Demoler presentó un recurso de amparo para que no se remuevan árboles y se realice el debido informe de impacto ambiental y la audiencia pública. El juez Hugo Zuleta ordenó detener las obras.
Santiago Pusso, vicepresidente de Basta de Demoler, asegura que «muchas veces se hacen cosas teñidas de la ignorancia de funcionarios que no tienen en cuenta la variable patrimonial del espacio público» y agrega: «No sabemos cuáles son las motivaciones por las que se prefirió invadir una plaza, en lugar de hacer la obra debajo de la avenida Pueyrredón: suponemos que hay menos impacto sobre el tránsito, totalmente desproporcionado respecto de perjudicar una plaza».
La Asociación Amigos de la Recoleta, en cambio, se manifiesta a favor de las obras aunque plantean modificaciones. Su vicepresidente, Alberto Stöck, señala que «tener conectividad con el subte es muy importante para el barrio» pero agrega: «Coincidimos en que hay que cuidar el patrimonio de la plaza, su barranca, sus caminos; que no se convierta un área de tranquilidad a cielo abierto en un hall de intercambio de pasajeros». La Asociación propone reubicar las salidas de la estación de subte: una dentro del Buenos Aires Design, otra sobre la verdadera plaza Francia y la tercera en la esquina del MNBA, cerca del puente peatonal que cruza hacia la Facultad de Derecho. «De esa manera respetaríamos el patrimonio y sería viable conectarnos con una obra moderna», explica Stöck. Juan Pablo Piccardo, presidente de Sbase, manifestó que «prefiere no referirse al tema hasta que la Justicia se expida».
Carlos Catania y María Elena Pertusio, voceros de la Feria de Artesanos que funciona en la plaza desde 1984, cuentan que por las obras 70 de los 220 puestos tuvieron que trasladarse al paseo Chabuca Granda, a unos 300 metros, según dispuso el GCBA: «Quedaron aislados de nuestro núcleo de trabajo», resaltan, y agregan que la gestión «no los tuvo en cuenta, porque se tapió de una semana para la otra». Para Catania, «se trata de un atropello al espacio público y a un punto turístico que creció gracias a la feria artesanal; detener la obra no es estar en contra del subte, creemos simplemente que las cosas pueden hacerse mejor».
Carlos Thays IV, bisnieto del célebre paisajista y heredero de su profesión, vive «como un daño» las obras en la plaza Alvear. «Es una manera de proceder que no educa: un espacio verde de por sí es frágil, por eso requiere de un mantenimiento que sea ejemplar para el ciudadano; si no lo tratamos con la sensibilidad y el cuidado que merece, enseñamos a no cuidar nada», reflexiona. Según Thays IV, «hubiera sido imprescindible realizar estudios de impacto paisajístico. El subte se trata de una obra positiva, pero la autoridad debe actuar debidamente respecto del patrimonio, con la guía de un paisajista, un agrimensor, un topógrafo, un historiador. Y eso no ocurrió», concluye.
Parque Patricios
Aunque sin medidas judiciales de por medio, en el Parque Patricios -y también por la llegada de la línea H del subterráneo- se introdujeron modificaciones que nada tienen que ver con el estilo original de ese gran espacio verde al sur de la ciudad, otro de los diseñados por Thays. Sobre la calle Monteagudo, donde se ha establecido la salida de pasajeros de la estación subterránea también llamada Parque Patricios, se instalaron cuatro respiradores de más de tres metros de altura como vías de ventilación.
Esos respiradores de cemento, como erupciones en medio del pasto, fueron pintados por artistas plásticos, hay un trabajo estético sobre ellos, pero que rompe con el código que el parque tuvo desde siempre y así, con su impacto visual habitual. Daniela García, que nació, vive y trabaja en el barrio -tiene un puesto de venta de libros sobre Monteagudo- dice: «Se nota que se ocuparon de que no quedaran como torres de concreto y nada más, pero generan una visión distinta a la que tuvimos».
Manuel Vila es presidente de la Junta de Estudios Históricos y del Foro de la Memoria de Parque de los Patricios, además de ingeniero civil. Dice que «los respiradores no parecen una solución acorde con el entorno: un elemento sobresaliente pasa desapercibido cuando la estación tiene otros elementos que llaman la atención; mientras que acá lo único que sobresale son las ventilaciones; por eso, como tuvieron claro que se iba a notar, y para evitar la impresión, optaron por hacer un trabajo de pintura». Sin embargo, Vila destaca que «pensando en la necesidad de que alguna línea del subte llegara al barrio, ciertos valores estéticos pasan a segundo plano».
Plaza Mitre
La plaza Emilio Mitre de Las Heras y Pueyrredón, también diseñada por Thays II, al lado de la sede gótica de la Facultad de Ingeniería, estuvo tapiada meses por la construcción de estacionamientos subterráneos a cargo del GCBA. Eso implicó la remoción o cambio de lugar de árboles centenarios, que formaban parte del patrimonio paisajístico de la ciudad.
En lugar de construirse a través de túneles se realizó el trabajo a cielo abierto y por eso hubo que intervenir la vegetación. «Cuando la reabrieron, había árboles que no estaban o que estaban en otros lugares; además, el lugar para los chicos está hecho de piso artificial, es un espacio cada vez menos verde», se lamenta Florencia Goldberg, que visita el lugar todos los fines de semana con sus cuatro hijos.
Carlos Fernández Balboa, de la Fundación Vida Silvestre, elige hablar en términos globales: «Hay algunas señales de que el Gobierno no tiene en cuenta el tema patrimonial: no está preocupado por la preservación. Lo que ocurre con las plazas no escapa a otras cosas, como el cierre de la confitería Richmond». Según Fernández Balboa, «cada rincón que no tiene en cuenta lo patrimonial, implica una pérdida de identidad y pertenencia. Convertir un espacio verde en una plaza seca modifica fuertemente el espacio urbano, y si bien se pueden hacer modificaciones tiene que haber planificación y comunicación entre los distintos sectores», subraya.
Ni los vecinos ni los especialistas, explican, quieren detener los avances: la Buenos Aires del siglo XIX no requería transportar a millones de pasajeros por día. Sin embargo, la correcta implementación, el respeto por la estética original de cada sitio e incluso el cumplimiento de la ley exigen que los tiempos políticos no se impongan a la preservación de los rincones que la convirtieron en la ciudad esplendorosa que fue y que puede seguir siendo. Tiene con qué.
DZ/km
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