Es cierto que la corrupción mata, pero también la desidia. Y más allá de cualquier especulación política, la indolencia e ineficiencia de los funcionarios, como quedó claro una vez más con la tempestad de esta Semana Santa. También había quedado claro hace un año con el tornado que se abatió con furia sobre los porteños. Y en primavera y verano con las seis recurrentes inundaciones en Belgrano pronosticadas hace unos meses por el propio jefe de Gobierno Mauricio Macri en cuerpo presente.
Bueno, eso también mata. Mientras en las barriadas porteñas se lloran seis muertos y, al cierre de este número de Diario Z, unos cuarenta en La Plata y sus alrededores, una sola muerte por imprevisión, por falta de tino o de cálculo, por falta de organización, basta para hacer tronar la indignación popular. Una indignación que se potencia cuando las cabezas políticas del distrito vuelven a estar ausentes mientras la población, librada a su suerte, pierde sus bienes y, en algunos casos, también la vida.
Una voz en el teléfono
Mucho antes de que María Eugenia Vidal –vicejefa de Gobierno y cabeza de la Ciudad por ausencia del Ingeniero (de vacaciones en Trancoso, en el nordeste de Brasil)– levantara el teléfono para convocar al Comité de Urgencia y lograra encontrar a las tres de la mañana a Diego Santilli, Guillermo Montenegro, Carolina Stanley y la ministra de Salud Graciela Reybaud, antes, mucho antes, los estudiantes de la FUBA llamaban por las redes sociales a sus militantes para dar una mano en la catástrofe. Y bomberos y médicos y enfermeras se autoconvocaban sin que nadie les recuerde cuál era su deber, aun en un feriado nacional. El mismo feriado nacional que dejó sin barrer las calles tapizadas de hojas de otoño –de esas que tapan las bocas de tormenta– desde el domingo, aun cuando el marquetinero sistema de advertencias vía e-mail de la ciudad anunciaba una y otra vez el alerta meteorológico. El mismo feriado nacional que le permitió al jefe de Gabinete Horacio Rodríguez Larreta y al ministro de Desarrollo Urbano, Daniel Chain, pasear por el Viejo Continente.
María Eugenia Vidal recién logró que su jefe político le atendiera el celular a las 7 de la mañana, cuando hacía varias horas que algunos barrios estaban bajo el agua.
El segundo intento fue un rato después: para entonces, Vidal estaba flanqueadas por los ministros Diego Santilli, Guillermo Montenegro y Carolina Stanley. Y la ciudad estaba bajo código rojo, que significa que la situación está al tope del riesgo. Dicen que entonces el jefe de Gobierno, quizá más espabilado, preguntó: “¿Cuál es el nivel de la catástrofe?”. La respuesta no dejó margen de dudas: “Total”. Pero hubo que esperar a una tercera llamada para que el jefe de Gobierno se convenciera de que era prudente liar los petates y regresar al infierno.
El equipo de emergencia reunido por Vidal poco pudo hacer. A media mañana eran 450 efectivos de la Guardia de Auxilio y de la Policía Metropolitana. Lograron reunir más tarde un contingente que llegó a sumar 650. ¿Qué podían hacer frente a 350 mil damnificados bajo metro y medio de agua? Poco, como iba a reconocer después sin sonrojarse Macri y, en los programas de la noche del martes, un balbuceante Fernando De Andreis.
El “mejor equipo de emergencias de Latinoamérica”, según lo calificó Macri, ni siquiera atinó a poner un freno a los genios de mantenimiento del shopping Dot (de Eduardo Elztain), que desagotaron sus tremendas cocheras inundadas sobre el más inundado de todos los vecindarios, el humilde Barrio Mitre (hubo 350 evacuados). Lo que sí se les ocurrió fue mandar a la Metropolitana a hacer piquete entre la mole comercial y los desesperados.
Macri llegó de Brasil a media tarde y convocó a una conferencia de prensa donde responsabilizó a la política del gobierno nacional de no otorgar avales para el financiamiento externo de las obras que habrían de aliviar a los porteños de Belgrano, Núñez, Saavedra, Coghlan, Villa Urquiza, Devoto, etcétera.
“No le pedimos nada a Cristina –se victimizó una vez más Macri– salvo que nos dejen hacer las obras. Y para eso necesitamos el aval del gobierno nacional, un sello que dice ‘no hay objeción’.”
Tarde, mal o nunca
Las obras necesarias, lo saben hasta los chicos, son el entubamiento de los arroyos Vega y Medrano, en la zona norte de la ciudad, la más afectada.
El Vega fue aprobado por el gobierno nacional, sólo que las obras tardaron en ejecutarse. No en vano, en el Presupuesto 2013, los recursos para el Plan Hídrico en vigencia son menores a los del Presupuesto 2012. Es decir, aún queda dinero para obras que no se llevaron a cabo en tiempo y forma, responsabilidad del señor Daniel Chain.
La ampliación del Vega, que aliviaría a los barrios de Belgrano y Núñez, tal como las del Maldonado que prácticamente eliminaron las inundaciones en Palermo (tres vecindarios con clientela electoral afín a Macri) es una obra presupuestada en 250 millones de dólares. Hasta no hace mucho, la demora para avanzar sobre el Vega se debía supuestamente a las tensiones entre el gobierno local y el gobierno nacional. Sin embargo, como se verá, no es así.
A fines de febrero, el Gobierno de la Ciudad suspendió la licitación del Vega porque “la Casa Rosada sigue demorando la autorización para endeudarnos”. Se esfumó así un crédito otorgado por el Bndes brasileño por 100 millones de dólares. Pero la demora se debió más a los cabildeos de Daniel Chain. Y no a los designios supuestamente perversos de la Presidenta quien, en esos mismos días, había otorgado ya otro aval solicitado por la Ciudad y concedido por el Banco Interamericano de Desarrollo por 130 millones de dólares. Esta vez el ingeniero los había pedido para túneles viales y más bicisendas.
Esos recursos los obtuvo Macri a partir de una gestión personal. Y en ese mismo acto, Macri consiguió otro crédito, esta vez sí para las obras del Vega, sabiendo que Cristina nuevamente le daría el aval, como lo había hecho en febrero.
Pero Macri otra vez no avanza, a pesar de que el endeudamiento internacional es mucho más conveniente hoy que el interno. El temor ahora es al fallo de la Cámara de Nueva York sobre los fondos buitres, que podría encarecer los créditos.
Nada de esto, sin embargo, explica lo inexplicable.
¿No alcanza el ABL que pagan los porteños para que incluso en días feriados se barran las hojas caídas del abril más lluvioso desde 1906?
¿A dónde van a parar los impuestos más altos de la historia de ciudad de Buenos Aires?
¿A dónde está el dinero de los préstamos ya otorgados?
Y, la madre de todas las preguntas: ¿con qué criterio se establecen las prioridades de la obra pública? ¿En serio es más importante construir el centro cívico en Barracas que hacer obras que impidan que la ciudad se convierta en una red de arroyos barrosos que arrastran lo que encuentran a su paso? ¿Es necesario vender el edificio del Plata? ¿No es una locura seguir tapizando de cemento los espacios verdes? ¿Y convertir en playas de cemento el Parque Roca y buena parte de la Comuna 8? ¿Alguien en su sano juicio puede sostener que las terrazas verdes y los jardines colgantes se van a llevar un aluvión de agua como el del martes?
La del arroyo Maldonado es la única gran obra hidráulica que se terminó en la ciudad en los últimos 68 años. Y tardó 14 años. No vale la pena amargarse calculando a cuántos metros por año se construyó. Alcanza con la foto que reunió a todos los jefes de gobierno (intendentes) involucrados en esa iniciativa: Enrique Olivera, Aníbal Ibarra, Jorge Telerman y Mauricio Macri.
La foto de los chicos limpiando a mano pelada los sumideros bajo la mirada de la madre que llena bolsas de hojas y basura, el chino del mercadito de Saavedra que armó una olla popular, las brigadas espontáneas de mujeres y hombres en pata desagotando casas a baldazo limpio, las mil pequeñas historias de solidaridad fraternal son la contracara de esa foto.
Fuente Redacción Z
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