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TEMAS DE LA SEMANA

Gustavo Vera: “Soy de la generación que despertó con Malvinas”

El director de La Alameda y primer candidato de Unen a la Legislatura, afirma que hay que crear refugios del Estado para las víctimas de la trata y las drogas. 

Por Diego Sasturain
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Cuando no está dando clase, Gustavo Vera, el primer candidato a legislador por Unen está en su oficina, ubicada en un lugar muy especial: los sótanos de un anti­guo bar en Lacarra y Directorio. Allí funciona La Alameda, una organización que surgió a partir de la crisis de 2001 como despren­dimiento de la asamblea barrial de Parque Avellaneda, dedicada a la lucha contra la trata de personas, el trabajo esclavo y el narcotráfico. En el despacho de Vera hay un escritorio, un teléfono, un par de sillas y una estantería con expedientes y denuncias. Este maestro de grado asegura que a la lista de Unen le irá mejor de lo que dicen las encuestas y habrá menos corte de bole­ta, por lo que tendrán más arrastre desde la candidata a diputada Elisa Carrió. Des­pués, se sienta. Dice que su candidatura es inseparable del trabajo y los logros de la ONG: “Sería egoísta confor­marnos con el prestigio que la organización ganó y la cantidad de conferencias a diversos países y provincias a las que nos invitan, si no nos damos cuenta que en realidad, la mafia avanza a una velocidad mucho mayor que nuestras pequeñas vic­torias”.

En pocas palabras

• Nació en Basavilbaso, Entre Ríos, en 1964.
• Es soltero.
• Es maestro en una escuela de Lugano.
• Hincha de Atlanta.
• Se mueve en moto.
• Alquila.
• Es amigo de Jorge Bergoglio.
• Fue Boy Scout entre los 6 y los 14 años. 

¿Dónde comenzó su actividad política?

Yo milité en la izquierda en la década del 80, siempre en el área sindical. Durante esos años estuve en un frente de izquierda inde­pendiente en el sindicato docente. Aprinci­pios de los 90 me empecé a volcar a la recu­peración de comisiones internas en fábricas y tuve un trabajo muy fuerte en la zona norte de la Provincia de Buenos Aires y en Córdo­ba. El estallido de la convertibilidad me en­contró viviendo en Parque Avellaneda y acá me vinculé a la asamblea del barrio, que fue la madre de lo que hoy es La Alameda.

¿Qué puede aportar a la Legislatura?

Me parece que la Ciudad no está usando las herramientas propias que tiene para comba­tir la mafia, más allá de la responsabilidad de la Policía Federal, a la que hemos denun­ciado. Me parece que no está siendo bien utilizada la Policía Metropolitana, que es de juguete cuando tiene que enfrentar a la ma­fia pero se vuelve brava para defender algún negocio inmobiliario como en la represión en el Borda. La Agencia de Control Comu­nal recién comenzó a revocar muy poquitas habilitaciones. La Subsecretaría de Trabajo no ha descubierto una sola marca con tra­bajo esclavo en los años de macrismo. Lo mismo en la construcción. Tiene que haber una ley de ética pública e investigar a los funcionarios sospechados de corrupción. Para eso tie­ne que haber una fiscalía de investigaciones administrati­vas. Tenemos que hacer esto predicando con el ejemplo y sin código de omertá.

¿Qué es lo más urgente?

El narcotráfico. Me parece que tiene que haber una política de prevención obli­gatoria en la currícula de la primaria y la secundaria, fortísima, respecto a lo que significa la droga, a los efec­tos que trae en la población y en las formas que tienen de captar a los chicos. Alos 13-14 años, sobre todo en los barrios pobres, los chicos enfrentan una si­tuación de fracaso escolar, un horizonte de trabajo precario y frente a esa angustia, los mercaderes de la muerte los enganchan en el circuito narco. Hay que crear refugios del Estado para contener y reinsertar a las víc­timas, que no puede estar en manos priva­das, como está hoy, porque las pocas perso­nas que logran salir del infierno pasan a ser parias sociales.

¿Hace 20 años se imaginaba en este lu­gar?

Me imaginé siempre que me iba a dedicar a la actividad política social y sindical, que es lo que más me gusta. Yo soy de la genera­ción que despertó con la Guerra de Malvinas y la vuelta de la democracia, en un momen­to que había actos de cierre con un millón de personas del radicalismo y el peronismo, doscientos mil de Oscar Alende, cincuenta mil la izquierda, y no había ni choripán, ni micros, ni nada. Recuerdo que en esa época a los pocos militantes que por alguna razón tenían que estar rentados, les daba vergüen­za y militaban el doble.

¿Lo marcó su experiencia con los Boy Scouts?

Mucho, porque estuve desde los 6 a los 14. Me fui cuando empezó la represión de la dictadura y se llevaron a varios de nuestros dirigentes. Pero era bueno, porque nos en­señaban muchas cosas: el valor de la solida­ridad, de compartir. Fue como que de chico te habían sometido a una serie de pruebas que estaban buenas. Te enseñaban a dejar los lugares por donde pasaste mejor de lo que los encontraste. Yo no envidio a un pibe de 18 años como mi viejo sanamente me envidiaba a mí. Yo a esa edad tenía trabajo estable, obra social, estudiaba, más o menos podía planificar mi vida, a los 21 me fui a vivir solo… esto para un chico de hoy es imposi­ble, sobre todo si es de un barrio pobre.

¿Cree que puede establecer alianzas?

Somos duros con los mafiosos, pero enten­demos que así como hay una mafiosidad que atraviesa transversalmente el aparato del Estado, también hay una honestidad que es transversal. Lo que pasa es que lo que se nota es la mafia. Los honestos tie­nen miedo a las represalias. Hay que poner un canal para que la gente se pueda ex­presar, como la red antimafia, que se está construyendo barrio por barrio. Unen pre­tende también ser un canal a largo plazo. La Argentina está a la puerta de una situa­ción límite y en este momento me parece que tenemos que tener ideología pero no ideologismo.

¿Con qué se iría conforme?

Si lográramos cerrar y rescatar una enorme cantidad de víctimas de los prostíbulos. Si se auditaran las marcas de ropa y se respetaran los convenios colectivos de trabajo, si pu­diésemos encarcelar a los mercaderes de la droga y rescatar a todos esos pibes. Y me iría feliz si se generaran alternativas para que es­tas víctimas pudieran tener un horizonte de trabajo genuino, estable y bien pago, y no contratos precarios o basura, trabajo esclavo o forzoso, que es lo que hay en la Ciudad y que no tiene justificación con un presupues­to de sesenta mil millones de pesos, el más alto del país.

DZ/rg

Fuente Redacción Z
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