Las fiestas de fin de año son propicias para situaciones de desborde de alegría, bailes, invitaciones familiares y celebraciones con conocidos y amigos.
No es novedad que en esos momentos de alegrías contagiosas puedan cometerse excesos de todo origen, donde predominan el alcohol y no pocas veces, también drogas ilegales.
Tampoco es un secreto para nadie que manejar un automóvil, luego de horas divertidas pero empapadas de alcohol, mucha comida y ya en horas de la madrugada, suele ser peligroso, debido a que no es verdad que en tales condiciones se puede conducir un auto sin problemas.
En esos momentos, terminada la fiesta, no manejamos nada. Más bien, los niveles de alcohol nos manejan a nosotros.
Lamentablemente, todos los fines de año, los diarios y los medios masivos de comunicación nos informan de muertos y heridos por doquier. Accidentes de tránsito, peleas y pirotecnia ponen una cuota oscura al finalizar los festejos; algo que se repite todos los años.
A este trágico panorama, agregaríamos que las Fiestas son una ocasión de balances afectivos; además, se hacen notorias algunas ausencias que, por motivos de distancia o por haber desaparecido de esta vida, la mesa familiar “denuncia” y nos pone meditabundos o tristes.
Algunas personas muy sensibles lo saben y evitan participar de estos tradicionales festejos de fin de año o –y esto es lo más peligroso de todo– deciden apagar el “incendio afectivo” con el “líquido” alcohólico correspondiente. Y así se bebe sin ningún tipo de control. Entonces se toma para olvidar lo que duele, para mitigar los malos recuerdos, para espantar los fantasmas que en estas fechas tan significativas están al acecho. Tal vez más que en ningún otro momento del año.
Así, el riesgo a los desastres que hemos comentado “se encuentra a la vuelta de la esquina”. Y eso es lo que hay que tratar de evitar. Nadie puede oponerse a la alegría de los festejos de Navidad y de Año Nuevo, pero todos, directa o indirectamente, deberemos consumir enormes dosis de prudencia.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
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