Mi hijo Felipe hoy tiene tres años. Es lo mejor que me pasó en la vida. Siempre imaginé que tendría muchos, muchos hijos. Sin embargo, las vueltas de la vida no giraron como pensaba. Perdí dos embarazos (vale aclarar que fueron concebidos naturalmente), me operé de las trompas, intenté cuatro estimulaciones con hormonas en los ovarios y, finalmente, realicé dos fecundaciones in vitro.
Casi siete años pasaron entre una y otra cosa. Nunca sospeché que me iba a tocar, que tendría problemas para ser mamá, que no podría concebir, que estaba enferma o algo así. Endometriosis, la edad y no sé cuántas cosas más. Reí; lloré (y mucho); viajé, canté, y finalmente
bailé.
En el medio de tantas sensaciones me hice una promesa: «Lo voy a intentar hasta que duela». Pero todos mis santos, el legal (San Ramón Nonato) y los ilegales (la Difunta Correa y el Gauchito Gil), mi Dios, las estrellas y la ciencia me ayudaron a quedar embarazada.
Nunca estuve sola, mi compañero fue apoyo incondicional de esos difíciles momentos, tuve un médico excelente, la familia y las amigas de siempre.
El tiempo me enseñó que hay miles de maneras de ser mamá, tengo tres hijos del corazón que me alegran la vida igual que mi Felipe.
Soy una privilegiada y agradecida, tuve fe, contención
y plata. Porque este último aspecto es fundamental en todo esto. La infertilidad es una enfermedad y no hay vueltas que darle.
Estoy segura de que muchas mujeres que quieren ser mamá tienen todo lo que yo tuve, pero no dinero, el vil metal que abre las puertas de la ciencia. Tal vez el Estado pueda darnos una mano y hacer de una vez lo que corresponde.
DZ/LR
Fuente Redacción Z
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