Rodeado de libros, en su estudio de Caballito, Felipe Pigna analiza la historia con una mirada en el presente y se niega a aceptar el adjetivo “controvertido” con el que curiosamente es descripto en su “entrada” en Wikipedia. “Eso lo pone el enemigo. También dice polémico, que me encanta. Todo historiador debe ser polémico. Yo mismo promuevo la polémica porque no me creo dueño de la verdad. Si no, no hay nada que aprender. Ellos quisieran estar en los medios y no están”. Cuando se refiere a “ellos”, habla de la academia, que siempre mira de reojo a quienes aparecen divulgando temas científicos: “Es enorme la dificultad que implica la divulgación, si se quiere hacer en serio. Traducir en términos sencillos cosas complejas, no es fácil. La academia no entiende como misión la divulgación, lo cual es un error.” El desafío, en su diálogo con Diario Z, fue hablar de la ciudad, sus historias y controversias. Y Pigna lo hace con esa imagen y voz –suave, amistosa, entretenida– que se hizo común en los hogares desde hace casi dos décadas. Aclara que camina mucho Buenos Aires, charla con la gente, discute con los vecinos, los interroga. Le preocupa lo que pasa ahora, no sólo el pasado. Sufre con sus olvidos y arbitrariedades. “El Gobierno de la Ciudad está invirtiendo mucho dinero en restaurar el monumento a Alvear. Es el más caro de la historia. Hecho por el nieto, Marcelo T. de Alvear, de la derecha radical. También en los nombres de las calles uno ve homenajes terribles. Que haya una para el virrey Cisneros, un tipo que mató a miles de personas en Chuquisaca y La Paz, es espantoso. Y se trata del virrey contra el que se hizo la Revolución de Mayo. ¿Cómo puede ser? Hay calles con nombres de conquistadores: Pizarro. Cortés. Son asesinos, genocidas.
¿Por qué ocurre esto?
Fue una decisión ideológica de homenajear a los propios. Las calles son de ellos. Leguizamón, el tipo que negocia el pacto Roca-Runciman, por ejemplo, tiene su calle. Con los monumentos pasa mucho. El de Lavalle, que si uno va por la calle Tucumán y no presta atención, se lo lleva puesto, está mirando a la antigua casa de los Dorrego, la familia del fusilado. Gran perversión. Otro ejemplo es el de Sarmiento en el Parque Tres de Febrero. Recordemos que ese lugar de Palermo era la quinta de Rosas y el 3 de Febrero es su derrota en Caseros. Lo tremendo es que justo donde estaba la cama de Rosas, le pusieron el monumento a Sarmiento, su acérrimo enemigo. Podríamos continuar con lo que implica poder y monumentos en nuestra ciudad.
Usted dice que Buenos Aires tiene una historia muy particular ya que fue fundada dos veces. ¿Hay algún factor que la hace especial en términos históricos?
Siempre fue muy particular, una ciudad que no tuvo mucho respeto por la ley. También es una sociedad muy vinculada a Europa, tempranamente. Hay gente que le interesa mucho la cultura europea, ya desde la época colonial, que por supuesto se fortalece durante la época de la Revolución. Por supuesto, Buenos Aires es una ciudad literaria. Esto se incrementa con la llegada de la inmigración en la década del 80 que trae sus necesidades y gustos; sus periódicos y sus movimientos políticos, como el anarquismo y el socialismo.
Para entonces Buenos Aires ya empezaba a ser importante.
La Reina del Plata compite con Nueva York. Se transforma en la más linda y moderna de América latina.
¿La generación del 80 le cambió la cara?
Totalmente. Y con un rasgo muy importante: borrarle cualquier rasgo de hispanidad. Había que hacerla francesa. El Cabildo en ese momento está abandonado, incluso le recortan dos alas para hacer las diagonales.
¿Por qué?
Por la fobia a lo hispánico. Comienza un cambio en lo edilicio que tiene dos vertientes: la francesa y la italiana. Es una mezcla de estilos, algo ecléctico entre el art nouveaux francés y el estilo italiano, del que no queda mucho.
Hubo muy poca preservación.
Faltó conciencia a lo largo del siglo XX pero particularmente en estos últimos años. Y a este gobierno en particular no le importa absolutamente nada la historia y la preservación. Se han perdido mansiones que eran patrimonio histórico. El negocio prima. Así, Buenos Aires se fue transformando en una ciudad muy ecléctica donde no hay estilo.
Los conventillos fueron un sello de la identidad de la ciudad.
Son originalmente casonas. Durante la fiebre amarilla, los ricos abandonan Barracas y San Telmo y se mudan a Barrio Norte y Recoleta. Esas casas van a ser tapiadas, subdivididas y se van a convertir en conventillos para la masa inmigratoria que no tenía donde vivir. En una casa donde antes habitaban diez personas habitarán cien en condiciones infrahumanas. La situación era tan grave que en 1907 se produjo una huelga de inquilinos, la primera del mundo. La protesta es muy heroica, encabezada por mujeres y niños –los niños armaban escobas– y se denomina la marcha de las escobas “para barrer la inmundicia de la ciudad capitalista”. Es una marcha hermosa de la que hay fotos. Incluso hay un orador de 15 años, Miguelito Pepe, que es herido en un brazo por el coronel Falcón, repugnante personaje que tiene la segunda calle más larga de Buenos Aires. Es un asesino, mata a decenas de obreros en un 1º de Mayo, y se lo homenajea con una calle.
De la gran cantidad de mitos y leyendas porteñas, ¿hay alguno que a usted le guste o lo divierta en particular?
Hay muchos. A mí me encanta el “mito Pugliese”, el “San Pugliese” en homenaje al gran Osvaldo Pugliese. Es una persona que ha sido “santificada” por los músicos. Es el más grande antimufa comprobado. Antes de un concierto, la mayoría de los músicos dice Pugliese y todo camina bien. Es un mito muy interesante, casi religioso, de una persona muy buena que compartía sus ganancias en cooperativa, que luchó por la dignidad de los músicos. Pero Buenos Aires es una ciudad que está llena de mitos y leyendas. La caminaron Borges y Cortázar. La Recoleta y sus fantasmas, la iglesia de Felicitas Guerrero. Si uno se hace tiempo para recorrerla, para quererla, es una ciudad hermosa.
A pesar de ese nervio que tiene.
Sí, eso es algo que se va armando, retroalimentando con cosas no muy racionales. Enojarse por el tránsito es lo más estúpido que hay, no tiene solución. Esto tiene que ver con nosotros, con cómo somos. Tenemos que hacernos cargo.
¿Cómo ve el futuro de la ciudad?
Va a depender mucho de quién gane las elecciones. Lo que estamos viviendo a nivel cultural es estrictamente producto de la voluntad de la gente. Las cooperativas teatrales, por ejemplo. Son acciones de cultura que tienen que ver con los argentinos, no solamente los porteños. Pero van a contramano de lo que quiere el Gobierno de la Ciudad, que odia la cultura. Poner a Darío Lopérfido en el Colón es toda una definición. Uno podría preguntar qué antecedentes tiene Lopérfido en música clásica para dirigir uno de los teatros más importantes del mundo y un tipo que asume diciendo que va a volver a ser el Colón de antes. Lo que ellos entienden por cultura es la cultura de elite.
Buenos Aires siempre se diferenció por votar distinto al resto del país.
Siempre varió. Es una ciudad donde la clase media tiene mucho predicamento. Hay mucha pobreza, y con esta administración de derecha se ha incrementado mucho, pero la clase media marca un poco el ánimo. Y algunos sectores medios, lejos de reconocer su mejoría por un proyecto político –como pasó, por ejemplo, con el primer peronismo–, entiende que al crecer económicamente, su pertenencia no tiene que ver ya a un sector medio sino aspiracionalmente a un sector de clase alta. Entonces, aunque su economía sea al día y su sueldo le alcance para vivir y darse algún gusto, vota a la derecha o a un partido que exprese los intereses del poder.
Casi nunca pudo ganar el peronismo.
Exacto. Lo hizo cuando no era peronismo: Erman González. Pero le ha costado mucho. Es un fenómeno interesante. En general, el de la ciudad es un voto muy conservador con esa mentalidad de que se pertenece aunque sea en espíritu a esa clase alta. El odio al cabecita negra, el “me invaden la ciudad”, este lugar me pertenece porque es mío, le molestan los cartoneros. Es como que la ciudad es para la clase media y todo el que no tenga determinado tinte de piel, no debería estar aquí. Es un voto muy triste, muy poco ciudadano.
Siempre con un discurso muy seductor.
Y muy marketinero. Pero también en la ciudad hay mucha gente que no piensa así. No se puede decir que Buenos Aires es gorila. Es una ciudad cultural por excelencia, maravillosa. Una de las culturalmente más potentes del mundo. La amo a pesar de todo.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
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