Tenemos la necesidad de repetir los mismos errores una y otra vez. Es como si nos convenciéramos de que podemos ganarle por cansancio al destino. Intentamos ignorar las estadísticas y nos dedicamos a modificar pequeñas cosas de una situación a la otra. En vez de cortar el cable rojo esta vez cortamos el verde, pero la bomba siempre nos explota igual.
Somos el paso previo a la estabilidad emocional de los demás. La nuestra nunca llega, pero la del otro sí. Es como si fuéramos un taller abierto donde vienen a estudiar con nosotros todo lo que no deben soportar en su próxima relación. Somos el laboratorio, el conejillo de Indias. Algo así le pasa a Cecilia (24): todas sus microrrelaciones terminan en noviazgo. En noviazgo con otras que nunca es ella.
El relato de esta semana tiene que ver con la reincidencia. Los discapacitados emocionales obligamos a la otra persona a pasar por lo mismo que la anterior y esperamos un resultado diferente. El tema es que nuestro juego se va terminando cada vez más rápido. En cada oportunidad que encontramos para aplicar el método al que estamos acostumbrados, el resultado catastrófico llega con más anticipación que la última vez.
¿Jugaron al Pac-man? Cuando el bicho amarillo come la píldora más grande el fantasma se debilita, pero a medida que pasa el juego el tiempo que este último queda indefenso es cada vez menor. Bueno, nosotros podríamos ser Pac-man y nuestros objetos de deseo los fantasmitas. Al principio no nos cuesta cazarlos aunque estén huyendo de nosotros, pero sobre el final se vuelve complicado sumar puntos extras. Nos arriesgamos a que el enemigo se dé vuelta antes de que podamos comerlo.
Usé la palabra “enemigo” porque para los discapacitados emocionales aquel que intente tener algo con nosotros se transforma en el enemigo. No podemos tener confianza en alguien que esté tan mal de la cabeza como para querer entrar en nuestras vidas. No es de fiar alguien que ose ayudarnos cuando nosotros dejamos de creer hace tiempo que nuestros problemas tienen solución. Por eso son el enemigo.
La experiencia nos vuelve desconfiados. El miedo a repetir situaciones que nos hicieron mal en algún momento de nuestra vida es el mismo que nos termina traicionando. Mostramos los dientes el primer día. Creemos que si ven lo peor de nosotros todo junto podremos espantar a los que no se la bancan. Queremos evitar gastar energías en una persona que sabemos que tarde o temprano se va a ir. Nos convencimos de que todos se van, todos nos dejan. Nos acostumbramos a eso y ya no nos molesta. Nunca tenemos en cuenta que nadie está preparado para soportar todo lo malo del otro al mismo tiempo.
Tal vez deberíamos volver a ser más como el fantasmita y menos como Pac-Man. Podríamos mostrarnos vulnerables la mayor cantidad de tiempo posible en la primera pastilla gigante para darle al otro la oportunidad de que nos atrape. El tema es que todavía no sabemos disfrutar de ser la presa tanto como de ser el cazador.
En el capítulo de hoy: Pac – Man
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