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El secreto del éxito en el sexo oral

Vera Killer cuenta cómo se convirtió en una experta, regala algunos consejos prácticos y rememora sus días de principiante en la materia.

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La primera vez que fornicás, el acto mismo, en general duele (más a las chicas pero también a los varones), todo es torpe, hay mucho nervio de por medio y aunque la adrenalina y el instinto te hacen seguir probando, no suele estar  bueno. Yo creo que le encontrás realmente el gusto a la cosa, con suerte, en la segunda vuelta. En cambio, la primera vez que te la chupan, si lo hacen bien, el paraíso es inmediato.

Calculo que fue por eso que de chica me daba mucho más nervios iniciarme en el arte del sexo oral que  lo que me dio perder mi virginidad (que no la perdí, dicho sea de paso, la tiré a propósito, por elección, con ganas). Yo tenía un novio más grande, con algo de experiencia en el área, y quería retribuirle el placer, pero no lograba visualizar cómo. Hacía un año que nos acostábamos y sin embargo no podía, digámoslo sin vueltas, chupársela correctamente. No sabía ni por dónde empezar.

Durante la adolescencia no es muy fácil hablar de sentimientos, cosas íntimas, y menos de lo sexual, pero hice mi mayor esfuerzo y le pedí que me explicara, que develara el secreto, que me diera un mapa. Él soltó un misterioso “seguí tu instinto, cuidado con los dientes” y listo. Yo estaba ávida de conocimiento y necesitaba instrucciones más precisas, así que en vez de frustrarme o dejar de probar hice lo que hacemos todas: hablé con una amiga que la tenía clara.

Siempre fui muy expeditiva a la hora de aprender algo nuevo, me gusta hacer las cosas lo mejor posible, y en el caso del sexo, igual que con química o biología (mis materias preferidas de estudio), era una alumna modelo. Grisel, un poco más grande y mucho más experta, me dio una guía certera que aún hoy me resulta útil. Además, la he trasmitido a otras que luego estuvieron en mi lugar a modo de homenaje y atesoro sus enseñanzas en mi memoria y corazón con respeto y cariño.

Estábamos en la cocina de su casa y aunque éramos dos casi nenas de 16 y 20 años la charla tomó aire de coloquio, ella la experta dando cátedra y yo, la curiosa aprendiz, tomando nota. “Agarrá el pito como si fuera un palo de golf”, me dijo. “No sé jugar al golf, Grise”, me reí mientras trataba de ahuyentar de mi mente a Severiano Ballesteros (QPD, por cierto), ídolo máximo en el green de ese entonces, pero una imagen que no quería tener a la hora de probar hacer cositas nuevas con mi novio.

“Bueno, pensá en un pajarito. Sostené el pito entre tus manos como si fuera un pichón, con firmeza para que no se escape, pero delicadamente, para no lastimarlo”, dijo mi amiga con cara de Miyagi y yo, Daniel San de esa historia, entendí todo. El mate nos vino bien para demostraciones prácticas y me fui de lo de Grisel con muchas ganas de usar en la cancha todo lo que acababa de ver en teoría. Sólo voy a decir que mi novio quedó feliz conmigo y muy agradecido con mi mentora.

Poco a poco aprendí más cosas, puntuales, con material que encontraba en los lugares más improbables. Todo me inspiraba. Desde comer un helado hasta el infinito y más allá. Descubrí las distintas formas de respirar mientras, y me maravillaba con la inhalación profunda de mi chico cuando yo acertaba y su exhalación agitada si lo estaba volviendo loco. Que menos pelo es mejor lo decidimos juntos al toque y nos afeitamos mutuamente una tarde en su baño, muy divertidos. Ay, fue un enchastre divino y sexy de jabón y manoseo que aún me da cosquillas, mariposas, recordar.

Y también encontré mucha más información en varios textos de Bukowski, mi segundo gran maestro en esa materia, aunque ustedes no lo crean. Su forma explícita y cachonda de contar sus experiencias fue palabra santa para mi estudio. Dejar la cabeza para el final, como la cereza del postre, lamer el tronco y cubrir los dientes con el labio, entre otras enseñanzas inesperadas, aparecieron como iluminaciones en Factotum y en varios cuentos  que justo leía por gusto y terminaron siendo una suerte de biblia.

Después, qué más decir sobre el tema. La práctica hace al experto, y yo tenía un hermoso conejillo de indias que se dejaba usar feliz en todos mis experimentos. Me encanta el sexo oral, recibir, claro, pero también dar. El poder que siento ahí abajo, el otro entregado, temblando, y yo con la sartén por el mango, es muy genial y me predispone hermosamente a revolcarme más feliz. Para acabar esta columna puedo decir que seguí participando hasta ser, no tengo modestia con esto, una gran oradora. Y así las cosas.

DZ/dp

Fuente Redacción Z
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