Calesita, tiovivo, carrusel. Una multitud de chicos espera sobre su figura favorita: un caballito, un autito, un avión. Por los altoparlantes, suena una música infantil. La calesita arranca y la diversión empieza a girar. Los sueños de la infancia montados sobre un caballito de madera. La alegría en el envase de una sortija. Desde hace casi un siglo y medio, la calesita completa la geografía porteña y le da identidad a cada barrio.
El origen de las calesitas es incierto. Los primeros registros datan de 1648, cuando un viajero inglés se maravilló en Turquía ante una plataforma giratoria, el Maringiak, a la que describió como “un enorme plato con caballos de madera que gira sobre sí mismo”. En sus comienzos, la calesita estaba más ligada al ámbito militar que a la diversión, ya que la utilizaban los jinetes turcos para entrenar sus habilidades atacando con espadas de madera a muñecos que representaban al enemigo. Los relatos de los viajeros llamaron la atención de la aristocracia europea, que encomendó la construcción de calesitas en sus palacios. Con el tiempo, la calesita dejó el ámbito palaciego y ganó espacio como atracción de las kermeses populares.
En Argentina, desembarcaron a fines del siglo XIX. La primera, de origen alemán, se instaló en la zona de la actual plaza Lavalle, entre 1867 y 1870. Veinte años más tarde, se empezaron a construir en el país. La pionera de la industria local comenzó a girar en 1891 en la Plaza Vicente López y Planes, de Montevideo y Arenales. Por entonces eran movidas por un caballo, ya que la electricidad aún no llegaba a todos los barrios. La música de los organitos acompañaba sus vueltas. Con el tiempo, se introdujo el carrusel, donde las figuras, además de girar, se mueven hacia arriba y hacia abajo. El primero se instaló en 1946 en el Jardín Zoológico, construido por la firma rosarina Sequalino Hermanos.
Apesar del paso del tiempo, hay calesitas en casi todos los barrios porteños. Para los chicos, es un espacio de diversión y magia. Y el calesitero, un ser casi mitólogico. “Muchos chicos me llegaron a decir: ‘¿Vos dónde dormís, adentro de la calesita?’. Tienen esa fantasía hermosa de que uno habita en ese lugar donde está la diversión”, se conmueve Eduardo Odriozola, calesitero de la calesita Daniel en la Plaza Emilio Mitre, de Las Heras y Pueyrredón.
La calesita ejerce una atracción misteriosa que envuelve para siempre a los que entran a su mundo. “Pensé que iba a estar tres años con la calesita y ya van treinta y uno”, señala Odriozola, quien comenzó en este oficio casi sin proponérselo, cuando debió hacerse cargo de la calesita que pertenecía a su suegro, Daniel Vila. “Al principio me costó adaptarme. No tenía ni sábados ni domingos libres, salvo los días de lluvia”. Pero la calesita lo atrapó: “Cada vez disfruto más. Estoy haciendo una actividad con chicos, al aire libre y sin que nadie me mande. Es un disfrute venir acá”.
La misma fuerza de atracción atrapó a Caleb González, empleado en la calesita de Parque Rivadavia, de Julia Nasi. Caleb llegó a Buenos Aires sin conocer las calesitas y hoy pasa gran parte de su día dentro de una. “No las conocía. Vivía en Entre Ríos y allá no había. Cuando vine para acá, encontré este trabajo. Ya van 20 años. Al principio era extraño pero me empezó a gustar. Es lindo porque ves todas las etapas de crecimiento de los chicos”.
Ser artífice de la diversión infantil tiene su recompensa. En su barrio, los calesiteros son celebridades. “No hay un lugar del barrio al que vaya que los chicos no me reconozcan”, se enorgullece Caleb. Pero también los adultos recuerdan las horas de infancia subidos a la calesita. “Voy a la farmacia y me saluda el que era papá hace 30 años, que ahora viene como abuelo a la calesita. En el supermercado, la chica de la caja me reconoce y me saluda. Eso es una delicia”, señala Odriozola.
Los avatares económicos y las consolas de videojuegos afectaron la afluencia de chicos. “Antes venían las familias a disfrutar de la plaza y de la calesita, que es una consecuencia de la plaza. En los últimos años, como las mujeres tienen que salir a trabajar a la par de los hombres, dejan a los chicos en guarderías y no vienen tanto a la plaza”, señala Odriozola. Los videojuegos también les sacaron público a las calesitas. “Cuando se autorizaron los videojuegos en Buenos Aires, cayó mucho la actividad. Dejaron de venir los varones de más de cuatro años. Eso embromó un poco”, agrega el calesitero. El sector entró en crisis y muchas calesitas debieron cerrar. A fines de los años 80 quedaban sólo 24 y su futuro era incierto. Sin embargo, gracias a la persistencia de sus dueños agrupados en la Asociación de Calesiteros y Afines, que lograron el respaldo de autoridades, y al apoyo de los vecinos que en muchos barrios se movilizaron para lograr la reapertura de sus calesitas. Así, de a poco, empezaron a renacer. El 29 de noviembre de 2007, la Legislatura Porteña declaró a las calesitas patrimonio cultural a través de la ley 2.554. En la actualidad hay al menos 55 calesitas distribuidas en la ciudad. Y periódicamente se anuncia la apertura de una nueva.
Las calesitas vuelven a llenarse de chicos, cada uno con su propia estrategia para divertirse. “Están los que les gusta un juego fijo y siempre van al mismo caballito o al mismo autito. Hay chicos a los que les gusta el bambi rosa y no se suben si el bambi está vacío y se ponen a llorar. Otros van cambiando todo el tiempo de juego; el tema es subirse a todos los juegos posibles de la calesita durante la misma vuelta”, explica Caleb. “Hay chicos que les ponen nombre a los caballitos. Yo vi chicos que a su caballito favorito le dan un besito antes de irse. Es maravilloso”, se emociona Odriozola.
Todos aspiran a obtener el premio mayor: la sortija. La sortija es la llave para una nueva vuelta gratis y los chicos se desesperan por obtenerla. “Es lindo ver cómo les levanta la autoestima llevarse la sortija. Por ahí, si un chico no agarra la sortija se va con una frustración horrible. Pero cuando la agarran festejan como si hubieran metido un golazo: te la muestran en la cara y se las esconden como si fuera un trofeo; no te la quieren devolver”, señala Caleb.
Algunos chicos son más hábiles o astutos que otros para agarrar la sortija. Los calesiteros intentan equilibrar la situación ayudando a los más retraídos. “El chico que es más despierto es capaz de agarrarte el brazo para sacarte la sortija. Pero el que es más tímido no va a hacer eso”, explica Caleb. “Entonces uno se la hace más difícil al que más puede, y al que menos puede le das una mano, lo ayudás”. Por su parte, Odriozola confiesa que “nosotros creemos que es una atención hacia los padres y una consideración a si un chico dio varias vueltas o viene muy seguido. Mi idea es que hoy le toca a uno y mañana a otro, para que la mayor cantidad posible de chicos se vaya contento con su sortija”.
La calesita sigue girando. Nada la detiene. La alegría quiere dar una vuelta más por los barrios de la ciudad.
Un taller de ilusiones
Mariano Sidoni y Leonel Bajo Moreno son diseñadores y comparten la pasión por las calesitas. Juntos crearon Carne Hueso, un emprendimiento dedicado a la restauración y fabricación de calesitas y juegos con una visión contemporánea. “Para nosotros, la calesita es un hito urbano que representa la ciudad y es importante que exista un carrusel en cada barrio que represente el pasado, el presente y el futuro de ese lugar, porque es un valor identitario”, señala Sidoni. Leonel lleva la calesita en su sangre. Su abuelo, Héctor Rodriguez, es un “calesitero de raza” que hace 35 años las fabrica. Él retomó el oficio familiar, en dupla creativa con su compañero. “Reinterpretamos el oficio con un toque más contemporáneo, más ligado al arte y al diseño”, explica Sidoni. ”Tomamos los carruseles y proponemos algo distinto”. Recientemente restauraron la calesita de la plaza Mariano Boedo “donde tuvimos la oportunidad de trabajar codo a codo con el abuelo de Leonel. La calesita fue trabajada por muchos artistas urbanos. Fue un trabajo de mucha sinergia, de muchas personas complementándose para hacerlo”, señala Sidoni. Actualmente, están en campaña para “hacer avanzar un proyecto de revalorización de una calesita de Barracas, la calesita Don Antonio; queremos lograr que entre todos, entre lo público y lo privado, se restauren calesitas históricas”.
Más información: www.carnehueso.com. Tel: 4126 2950.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
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