La protesta fue deliberadamente silenciosa. Al acto de inauguración de la Feria del Libro no asistieron muchos de los concurrentes habituales. No hubo una convocatoria para la ausencia, pero lo cierto es que no estaban ahí, como otros años, personalidades de la cultura, intelectuales y escritores de diversas ideologías y posturas políticas que suelen ir.
En la sala Jorge Luis Borges, a las 18, había cerca de mil personas. Unas dos decenas eran expositores, editores y libreros; estaban entre algunos pocos escritores Claudia Piñeiro, Pablo de Santis y Edgardo Cozarinsky; y varios periodistas que cubrían el evento, además de una decena de funcionarios. Por lo menos cien de los concurrentes eran de los equipos de Cultura de la Ciudad (aunque Darío Lopérfido no fue, tal vez para evitar el exceso de dos escraches en un solo evento) y otras carteras, que desde un costado aplaudieron prolijamente a los dos oradores del gobierno, el vicejefe Diego Santilli y Pablo Avelluto, ministro de Cultura de la Nación.
No hubo, este año, streaming o cámaras en el evento para seguir la inauguración en vivo desde la web de la Feria del Libro. Y el orador principal estaba previsto para última hora, cuando ya no queda casi nadie por los pasillos de La Rural. Después de que hablaran el presidente de la Fundación El Libro, Martín Gremmelspacher, Alberto Núñez Feijóo, presidente de la Xunta de Galicia, y Martiño Noriega Sánchez, alcalde de Santiago de Compostela, llegó la hora de Alberto Manguel. Las 19.55.
«Cosa rara, la mayoría de los lectores son mujeres y acá hablamos todos hombres», dijo el prestigioso escritor para comenzar, pero no cosechó muchos aplausos. El silencio era, algunos dirán, respetuoso, pero otros podrían decir pesado. Y entonces se levantaron de sus asientos, a las 20.01, unas 30 personas con carteles de protesta, en defensa de la Biblioteca Nacional y de sus despedidos. No dijeron nada. No emitieron ni un silbido.
Hablaban las cartulinas blancas («La Biblioteca Nacional no es un negocio”, «La Biblioteca Nacional no es una offshore», “¿Quién dirige la Biblioteca Nacional?”) y hablaba también Alberto Manguel, que no detuvo su ponencia y siguió contando cosas sobre El Quijote. El silencio, ese que era más espeso, lo rompió el público. Unas cien personas aplaudieron y otras tantas gritaron «ñoquis”. Manguel agradeció los aplausos. Después de dos minutos, y con los carteles siempre en alto, los manifestantes se retiraron a paso lento.
María Pía López, socióloga e investigadora de la UBA que trabajó hasta hace dos meses en la Biblioteca Nacional, publicó esta mañana en las redes sociales que “dicen que se interrumpió la mesa de negociación por las reincorporaciones de los trabajadores despedidos”. Y se pregunta: “¿llamaron de Modernización a la noche a los gremios de la BN para suspender?”. Luego, reflexiona: “El revés del discurso de la felicidad es el ejercicio del miedo. Generar un estado de pánico respecto de perder el trabajo, ser excluido, dar por finalizada la espera de la reincorporación con el telegrama efectivo. El mecanismo es claro: despiden cientos, dejan sin tarea a otros tantos, los ponen bajo la amenaza de ser también despedidos, abren una mesa de negociación, obligan al silencio para mantenerla abierta. Las listas infames de los despidos se completan con la espera y la presión para ingresar a otra lista. La humillación es plena”.

Foto: gentileza Emergente
DZ/dp
Fuente Redacción Z
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