Rutina clásica del periodismo: el que escribe debe cerrar esta columna un miércoles a la mañana sin poder cerrarla con lo que sería la confirmación de una de las noticias del mes y acaso del año, o como mínimo una muy buena noticia provisoria para el país: el alejamiento del fantasma de un default más que controvertido. Desde el martes a la tarde corren versiones de un buen cierre de las negociaciones en Nueva York, con Axel Kiciloff encabezando el presunto acuerdo en la letra chica, con 250 millones puestos en garantía por bancos nacionales, con el Macro de Jorge Brito a la cabeza. La otra opción: que esos mismos bancos compren los bonos reclamados por los buitres. Cualquiera de esas salidas impide, sin participación directa del Estado, que se dispare la temida cláusula RUFO, aquella que podía disparar nuevamente los niveles de endeudamiento argentino a cifras catastróficas.
Resulte lo que resulte fueron varias batallas durísimas y en simultáneo. En el frente político externo el Gobierno ganó una enormidad de apoyos internacionales de todo tipo, de organizaciones multilaterales a escala planetaria, los previsibles en la región, y hasta solemnes, aunque siempre ambiguos gestos de preocupación de organismos desgastados pero vigentes como el FMI. En el frente interno la posición argentina fue bien recibida por la mayoría de la población, aun a contramano de la complejidad técnica de lo que se está discutiendo. Ante ese apoyo lo peor de la oposición política y mediática salió a agitar un fantasma largamente usado, la llamada “malvinización” del pleito con los fondos buitre. Pero se produjo también un fenómeno novedoso: aun cuando algunos dirigentes opositores como Elisa Carrió o Mauricio Macri (“Hay que hacer lo que diga Griesa”) tiraron al ruedo declaraciones absolutamente irresponsables, el grueso de la política eligió cierta inconsistente ambigüedad, sin decidirse ni a apoyar ni a cuestionar al Ejecutivo en el último tramo de la negociación. Osegún el caso sí hubo apoyo, ya sea en el Congreso o en uno de los viajes a Nueva York. La imagen del juez Thomas Griesa, en el camino, terminó peor que mal, con lo que perdió peso el imaginario tilingo de la augusta credibilidad de la justicia estadounidense.
Lo más interesante, decíamos, es que mientras políticos como Sergio Massa o Margarita Stolbizer disparaban inconsistencias, economistas de esos mismos espacios mostraron alguna dignidad comprendiendo y sosteniendo aunque más no sea en parte la negociación oficial. Fue el caso de Roberto Lavagna (encabezó la primera reestructuración de la deuda aunque los recuerdos de entonces indican que tuvo conflictos con Néstor Kirchner cuando éste optó por endurecer la postura argentina), Aldo Pignanelli (ex presidente del Banco Central) y Martín Lousteau. Que los políticos opositores se escondan en la vaguedad o la demagogia y sus presuntos referentes económicos digan otra cosa habla de la poca seriedad de esos referentes políticos que aspiran a gobernar el país. En algún caso, como el de Sergio Massa, Martín Redrado decía una cosa y sus presuntos compañeros de equipo decían otra.
El nombre del banquero Jorge Brito está en estas horas en boca de todos y lo seguirá estando si se confirma su participación en la negociación final. ABrito se lo señaló durante mucho tiempo como típico “empresario K”, con todas las presuntas oscuridades que carga esa expresión. Sí, Brito (los banqueros en general) hizo muy buenos negocios durante el kirchnerismo, así como también tuvo disputas y alejamientos. Hay que retroceder en el tiempo con su figura: como tanto hombre de negocios, Brito apostó a relacionarse con cada fuerza política. Es más: hoy se supone que forma parte de la tropa massista. No hay paradoja en el asunto, no hay actitud patriótica de los bancos, hay defensa de los negocios propios. Macro, como otros bancos, pondría plata para salvarse de las pérdidas ya sufridas por el fantasma del default, que podrían ser mucho peores si éste se consumara. Se vieron en estas semanas las caídas y subidas de los bancos en la Bolsa. Just business. Pero hay un dato adicional: en el Macro como en otras entidades financieras, el Estado, a través de Anses, tiene participación, es decir tiene peso político. Según una información publicada en el diario económico El Cronista, Anses controla el 30,9% de las acciones del Macro, el 20,4 del Grupo Financiero Galicia, el 15,2% del Patagonia.
Esos solos datos hablan de una de la grandes claves del ciclo kirchnerista: presencia fuerte de la autoridad del Estado incluso al interior de la banca, así como existe esa misma presencia en empresas de servicios, energéticas o siderúrgicas, todo eso como producto de la liquidación de las AFJPdel modelo menemista. Se trata de un principio de autoridad política del Estado simétrico al que expresó la presidenta Cristina Fernández en estos meses en múltiples foros: Brics, Unasur, G-77, Mercosur y otros.
Regreso al principio de esta columna: no puede cerrarse sin la confirmación de la novedad. De alejarse el fantasma del default habrá rebote inmediato en el mercado, mayor optimismo, mejores expectativas, fortalecimiento de la imagen presidencial que ya venía en ascenso. Pero no necesariamente ese fortalecimiento de la imagen de Cristina se trasladará a los eventuales sucesores de su espacio. Ni se solucionarán mágicamente problemas distintos: caída de la producción, riesgos de pérdida de empleo, inflación. Aun así, hay que establecer comparaciones: qué hubiera sido del futuro de los argentinos de hacer caso a los desvaríos de los opositores que pidieron arreglar a toda costa, no ideologizar, no malvinizar, no dividir al mundo entre buenos y malos, como si los buitres no fueran tales sino canarios ocurrentes que vieron aun lindo gatito.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
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