Hay una canción de Panza que me encanta, se llama «Sado». Es la historia de una chica que cose al novio al costado de su cuerpo para volverse una especie de siamés y así poder estar juntos para siempre, incluso cuando ya no haya amor. Ella lo que quiere es permanecer unidos, sin importar lo que tenga que sacrificar para lograrlo.
Muchas veces hacemos eso sin darnos cuenta. Digo… eso de convertir el «vos y yo» en un «vosiyo». Vamos anulando inconsciente o conscientemente cada parte de nuestra personalidad hasta volvernos una versión mal lograda de quien tenemos en frente. Una sombra sin mucha gracia que se limita a secundar un plan que nunca fue el nuestro. Nos volvemos cómplices involuntarios del desastre que se va a desencadenar tarde o temprano, pero preferimos actuar como si nunca nos hubiéramos percatado de nada.
«Lo que quieras» es una fatídica frase que, combinada con el «me da igual», se vuelve un cóctel letal en cualquier relación. Somos como Gollum con el anillo: el egoísmo ya nos consumió hace tiempo. No hay necesidad de engañarnos: darle al otro la opción de elegir qué quiere hacer de nosotros no es un acto de generosidad ni de grandeza, sólo es otro paso más en nuestro plan para hacerle sentir que esta comodidad chata donde cree que es libre para hacer lo que quiera es lo que en realidad necesita.
Gracias al «elegí vos» nos convertimos en el accidente de tren en cámara lenta favorito de nuestros amigos que, ya cansados de intentar detenerlo y sin poder hacer nada contra la mimetización que nos alejó de ellos en un principio, terminan optando por reservar la mejor butaca para tener un lugar de privilegio al momento de la colisión. Ese momento es cuando empezamos a pensar que hace mucho que no elegimos nada de lo que hacemos. Mucho menos de lo que nos pasa.
Dejamos al otro hacer lo que quiera. Dejamos que nos quiera como quiera, que nos respete como le parezca, que nos haga sentir como tenga ganas. Dependemos del humor con el que se levantó ese día ¿Y qué? ¿Ahora nos queremos quejar? ¿No era que nos daba igual? Intentamos democratizar la relación cuando ya es muy tarde, cuando la otra persona ya se emborrachó del poder que le dimos y no piensa abandonarlo. Esto es una dictadura sentimental que fue abalada por el pueblo. Acá el pueblo somos nosotros.
La canción de la que les hablaba al principio no tiene un final muy feliz: a la protagonista la despierta un olor asfixiante y cuando ve que proviene de su novio que está pálido colgando a su costado, entiende que va a tener que cargar con ese muerto para siempre. Unidos y sin amor. La historia de tantos «vosiyos».
Desde chico intentan que vayamos en busca de un «y vivieron felices para siempre», sin advertirnos que deberíamos tomar las precauciones necesarias para no terminar absorbidos por el hipnotizante «y vivieron deprimidos y angustiados»
DZ/LR
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