Durante el tórrido verano porteño, que significa enero de sol radiante y ciudad desierta, Darío Lopérfido reemplazó a Pedro Pablo García Caffi al frente del Teatro Colón.
Esa mole de la calle Cerrito, entre Viamonte y Tucumán, con su fachada símil piedra, inaugurada hace más de cien años, es el mayor teatro lírico de la Argentina y uno de los más importantes del mundo. Con una planta de casi mil quinientos empleados, compuesta por dos orquestas, un coro, un ballet, un equipo técnico que incluye talleres propios de escenografía y vestuario, más un amplio cuerpo de trabajadores auxiliares –desde mayordomía hasta acomodadores– y el cuerpo docente del Instituto Superior de Arte, el Colón es una de las principales vidrieras internacionales de la ciudad. Nadie dio demasiadas explicaciones acerca del alejamiento de García Caffi, el músico y cantante fundador del Cuarteto Zupay, que asumió la dirección del teatro en 2009. Pero la palabra que más se repite en los comentarios off the record es “desgaste”. Sin duda, la exposición a la que se vio sometido García Caffi durante el último lustro fue significativa. No sólo por las presiones locales. La prensa mundial tenía el ojo puesto sobre su labor. No era para menos: durante su gestión, el Teatro Colón reabrió sus puertas luego de permanecer cerrado durante tres años para ser sometido al ambicioso plan de obras conocido como “Masterplan”.
El “desgaste” de García Caffi estuvo atravesado, sin duda, por los conflictos gremiales y por la polémica “apertura” del Colón a expresiones artísticas y musicales completamente alejadas de la lírica y el ballet. También por la drástica caída de público y producciones del teatro: según cifras oficiales, en 2003, el Colón había ofrecido 826 funciones y reunido a 703.268 espectadores. Diez años después, en 2013, la cantidad de funciones descendió a 319 y los espectadores a 393.843. Aunque todavía no se publicaron las cifras finales correspondientes a 2014, durante los primeros seis meses del año pasado se realizaron 114 funciones y se reunieron 148.381 espectadores. Es de prever que los resultados finales se mantengan todavía lejos del pico de 2003.
Gestión complicada
En un año electoral, y con la interna del PRO al rojo vivo, razonan algunos, lo último que necesita Mauricio Macri es que el Colón irradie “mala onda” sobre su campaña. El modo confrontativo de García Caffi con los trabajadores del teatro había llevado la relación a un punto muerto.
García Caffi había debutado en su rol político-técnico de director del Colón con polémica: en abril de 2009, durante un informe en la Legislatura afirmó que el teatro “no está para ser un seguro de empleados públicos ni para apilar gente en los pasillos”. Su intención, declaró abiertamente, era reducir la planta en un tercio, para pasar de 1.200 empleados a 800. Los trabajadores del teatro estallaron de furia. A partir de entonces, el Colón ganaría más espacio en las noticias por las protestas de músicos y bailarines que por sus realizaciones artísticas.
“Aquello le valió la respuesta de los trabajadores y legisladores, por toda la connotación oscura y terrible de la frase. Marcó la tónica de su gestión”, rememora Máximo Parpagnoli, fotógrafo del teatro desde hace casi 30 años y delegado de ATE.
Le siguieron sumarios contra delegados y parte del personal en 2010 y el intento de cesantear a la dirección gremial del teatro. Uno de los delegados, Pastor Mora, contrabajista de la orquesta estable del Colón, todavía reclama la reincorporación a sus labores, que le viene siendo negada a pesar de contar con un fallo firme de Cámara que así lo ordena (ver aparte). “El rasgo distintivo de la gestión de García Caffi fue la absoluta falta de diálogo con los trabajadores”, afirma Parpagnoli.
La ausencia de empatía con los empleados del teatro tuvo un punto de inflexión cuando a fines de 2013 un trabajador tercerizado de limpieza, Daniel Ayala, murió al caer por el hueco del montacargas. En medio del dolor, García Caffi subrayó que Ayala “no era empleado de la casa”, levantando una andanada de repudios.
Asignaturas pendientes
Para distender la relación con el personal, Darío Lopérfido deberá resolver una retahíla de reclamos vinculados a la ejecución del llamado Masterplan.
La reforma, iniciada en 2001, aun no está concluida. Muchos la recordarán por el intenso debate suscitado respecto de si la acústica de la sala se vio afectada o no por la apertura de salidas de emergencia, la modificación del foso y el cambio de su histórico telón. El punto qué más preocupa a las más de 1.200 almas que ponen en marcha a esta factoría musical es que todavía está pendiente la construcción del llamado Sector C, que albergaría el centro de documentación, la sala de ensayo de la filarmónica y el instituto de arte.
Las demoras parecen estar inscriptas en el origen del teatro, cuya inauguración, prevista para el 12 de octubre de 1892, fue aplazada hasta 1908 y su construcción no estuvo terminada sino hasta 1910. Si casi 20 años no son nada, ¿qué podría decirse de estos 15 que pasaron en refacciones que ya consumieron 150 millones de dólares del erario público? “Con esa plata, podría haberse construido de nuevo”, afirma Parpagnoli. Ocurre que el Masterplan fue mucho más allá de una renovación edilicia.
“Hasta Telerman, digamos, el Masterplan conservaba un cierto aire restaurador. Con Macri pasó de ser un tema edilicio a un tema netamente político. Es decir, vio la oportunidad de incidir en el modelo de teatro. Por caso, el Masterplan nunca contempló el tema de la producción propia. Todo lo contrario. Atentó contra la producción propia, en nombre de la seguridad. Su latiguillo era que es peligroso tener talleres dentro del teatro. Así sacaron del teatro los talleres, la biblioteca y el instituto y nada de eso volvió hasta ahora. Siguen funcionando, pero afuera. Los trasladaron a La Nube, donde trabajan en condiciones de hacinamiento.”
En el ínterin, se perdieron valiosos documentos del archivo histórico del teatro, como cartas y partituras originales, un famoso bastón que perteneció al compositor Giacomo Puccini, discos y folletos, entre otros. Ese material fue robado y aún es buscado por Interpol.
Apertura y elite
Respecto del “modelo de teatro” que está en debate, hay varios aspectos. Por un lado, si se prioriza la producción propia del teatro o si, por el contrario, se lo administra como una sala de alquiler. Por otra parte, la polémica refiere a la “apertura” del Colón a expresiones musicales y artísticas ajenas a la lírica y el ballet.
Durante la gestión de García Caffi pasaron por el escenario artistas como Palito Ortega, María Martha Serra Lima, Marcela Morelo, el Chaqueño Palavecino, Miguel Mateos, Lucía Galán, Antonio Tarragó Ros y Alejandro Lerner. También Charly García presentó un espectáculo especialmente diseñado para el Colón. Para el 23 de marzo está previsto un show que reunirá duetos de cantantes populares, como “la princesita” Karina junto a Ramón “Palito” Ortega, Diego Torres con Elena Roger y Raúl Lavié con María Graña, entre otros. El precio de las entradas va de $140 a $2.500. Un palco VIP de seis localidades cuesta $16.000. La mayoría de estos espectáculos es producida por la productora Sinergya, una sociedad integrada por el ex legislador del PRO Avelino Tamargo y los empresarios Marcelo Figoli y Diego Finkelstein del grupo Fénix. El nuevo director del Colón, Darío Lopérfido, también supo mantener un vínculo laboral con Figoli y Finkelstein hasta hace poco, cuando se desempeñaba como director artístico de Odisea by Fénix.
Más allá de esta promiscua y habitual relación entre política, función pública y negocios, y con independencia de lo que se juzgue como mérito artístico de cada uno de los cantantes y músicos involucrados, el asunto es que la llamada Ley de Autarquía del Colón (la ley 2.855), fuertemente impulsada por el PRO apenas iniciado el primer mandato de Mauricio Macri, en su artículo segundo define al Teatro Colón como “el organismo público que tiene la misión de crear, formar, representar, promover y divulgar el arte lírico, coreográfico, musical ‘sinfónico y de cámara’ y experimental, en su expresión de excelencia de acuerdo con su tradición histórica, en el marco de las políticas culturales de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”.
“La sala de alquiler no empezó con García Caffi, nosotros batallamos desde hace mucho tiempo contra esa política”, apunta Parpagnoli. “El problema con este tipo de espectáculo tiene que ver con el ámbito del teatro, no desde el punto de vista ideológico sino físico. Me refiero a que si vos traés espectáculos con amplificación, se oye mal, no es el ámbito. El Colón no fue hecho para eso. Ojo, lo mismo ocurriría si la Filarmónica toca en la Bombonera: no se va a escuchar nada más allá de las primeras filas del césped. No es el ámbito físico para ese tipo de espectáculo. Segundo, tenés que observar que lo que vos lleves no dañe el patrimonio del lugar. Tercero, la conveniencia económica tiene que ser realmente superlativa. No es el caso, te lo aseguro”. Diario Z intentó averiguar el monto que percibe el teatro por alquilar su sala pero fue imposible obtenerlo. Según un experimentado asesor de la Comisión de Cultura de la Legislatura, “nos cansamos de pedir informes al respecto y nunca obtuvimos respuesta”.
¿Qué público captó el teatro con esta política? “En un 80 por ciento, el turístico. Porque los grandes pooles turísticos comenzaron a comprar los abonos e incluirlos en sus paquetes, como visitar las cataratas o ir a la Bombonera”, dice Parpagnoli. “Al turista que viene le da igual si está Baremboin, el Ballet Estable o Juan de los Palotes. Vienen a sacarse una foto y a conocer el monumento y, de paso, ven un espectáculo.” El resultado hasta ahora ha sido una drástica reducción de la producción propia del teatro –la Ópera de Cámara, citan sus habitués, no existe más– y un fuerte incremento en el precio de las entradas: desde 2006 a esta parte, un 490 por ciento en los abonos de la ópera y 1.900 por ciento en las entradas más baratas para ver de pie a la filarmónica.
Expectativas
Respecto del flamante director, Darío Lopérfido, Parpagnoli es cauto con respecto a sus expectativas.
“Apenas asumió convocó al cuerpo escenotécnico a una reunión en la que se proclamó defensor del teatro de producción propia, algo que desde ya celebramos. En las palabras, al menos, acordamos pero hay que ver en la acción. Estamos esperando que nos den una reunión como Junta Interna de ATE, que ya hemos pedido formalmente.”
“Recuerdo la gestión anterior de Lopérfido en 1997 [como Secretario de Cultura en el gabinete de Fernando de la Rúa], yo era delegado de Sutecba en esa época. El año 1996 había sido complicado, por una decisión de Kive Staiff de echar a un grupo de nueve trabajadores –entre los que yo estaba incluido– y mi experiencia personal con Lopérfido en ese entonces, tengo que reconocer, que habilitó que participáramos de la negociación hasta el último escalón, estuvimos los trabajadores presentes en todas las instancias. En septiembre/octubre de 1997, se logró lo que se llamó el “Acta de 11 puntos”, que era un acuerdo específico para el Colón que reguló la relación laboral en el teatro varios años. Siempre tuvimos diálogo con él. Aparentemente ahora existe la misma predisposición. Se declaró partidario del diálogo y el consenso, todo lo contrario a lo que fue Caffi. Por ejemplo, dijo que iba a conocer La Nube, que nos dijo que le había llegado el comentario de que allí las condiciones no eran las óptimas. Pero esto recién empieza. Nosotros vamos a seguir reclamando que todo vuelva al teatro”.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
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