El primer aprendizaje que podemos sacar es que la atención de las emergencias no es un problema sólo de Defensa Civil sino de la sociedad entera. La sociedad tiende a especializarnos: los médicos curan enfermedades, los maestros enseñan el alfabeto, los bomberos apagan incendios. Hay, sin embargo, situaciones que nos involucran a todos. Defensa Civil es una heredera de la vieja defensa antiaérea pasiva, creada durante las dos grandes guerras mundiales. Pensada para remover escombros y atender heridos, su función resulta insuficiente ante desastres sociales como el que acabamos de sufrir. Necesitamos un involucramiento de la sociedad en su conjunto en la tarea de prevención y respuesta ante las emergencias.
Lo primero es aceptar que vamos a tener una prolongada convivencia con este tipo de desastres. El comportamiento del arroyo Maldonado durante la última emergencia muestra que la obra inmensa que se hizo logró atenuar la crecida pero no anularla. Mucho menos que antes, pero también tuvimos una inundación. De modo que sería un error cifrar todas las esperanzas en una gran obra que solucione mágicamente todos los problemas. Las inundaciones son el resultado del descenso de la ciudad hacia los bajos del Río de la Plata y los arroyos, impulsado por el negocio inmobiliario. Para consolidarlo, se taparon los arroyos, lo que valorizó las áreas inundables, pero hizo más difícil la evacuación del agua ante cada gran tormenta. Se creó así una situación trabada, hay que pensar en un conjunto de paliativos antes que en una solución única.
La mayor parte de las cuencas hídricas atraviesan las jurisdicciones de la Ciudad y la Provincia y es de sentido común que se haga un tratamiento conjunto. La cuenca hídrica es una unidad natural. Si la gestión reconoce esa unidad, se pueden hacer obras complementarias en ambas jurisdicciones, como por ejemplo desagües en la cuenca baja (la Ciudad) y lagos reguladores en la cuenca alta (la Provincia). La gestión va más allá de obras y requiere una mirada profunda sobre las situaciones sociales generadas al meter a cientos de miles en áreas de riesgo hídrico.
Por de pronto, tenemos que cambiar los Códigos de Planeamiento Urbano y de Edificación, para que se construya de distinta forma en las áreas de riesgo. La lógica del negocio inmobiliario llevó a esconder esas situaciones. Mar del Plata señaliza las calles que pueden inundarse. ¿Por qué Buenos Aires las esconde? Sólo un mercado inmobiliario perverso permitió poner garajes subterráneos en zonas inundables. Lo mismo ocurrió con las cámaras de electricidad, ubicadas bajo tierra allí donde tendrán que estar en altura. Necesitamos un seguimiento de los cambios que tenemos que hacer para minimizar el impacto de los fenómenos meteorológicos extremos. Desde la instalación de luces de emergencia que permitan evitar el riesgo de los 220 voltios hasta puentes peatonales donde se requieran. Lograr una ciudad resistente a las catástrofes es, también, un proceso de construcción social.
DZ/sc
Fuente Especial para Diario Z
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