Pero, doctor! ¡No estoy deprimido! ¿Por qué me da esto?”.
Cuántas veces hemos escuchado esto en el consultorio. Con ligeras variantes, claro. El paciente –que vino a vernos por algún tipo de disfunción sexual– se sorprende cuando le recetamos un antidepresivo.
En primer lugar, la gente suele ignorar que los medicamentos, una vez que salen al mercado y se recetan, van tomando otras indicaciones en la medida en que la experiencia clínica se va desarrollando en las diferentes especialidades.
Hoy, ya adentrados como estamos en el siglo XXI, los antidepresivos se han transformado en uno de los tipos de medicamentos que más se recetan alrededor del mundo. Con la experiencia, hemos descubierto otras aplicaciones para estos medicamentos, que permanecían “ocultas”, cuando se lanzaron.
En psiquiatría, se utilizan para el tratamiento de cuadros psiquiátricos como las obsesiones, los trastornos alimenticios, o para acompañar ansiedades resistentes a los psicofármacos antidepresivos. Pero no exclusivamente. La sexología clínica es otra especialidad en la que los antidepresivos se aplican muchísimo.
Hoy por hoy, no hay problema de eyaculación precoz que no se mejore si no es indicando al paciente antidepresivos en baja dosis. Y estos tratamientos no son por un mes, sino por todo un año. Sus beneficiosos efectos se deben a que actúan a nivel prostático, disminuyendo la velocidad del semen. Y, además, modifican con el tiempo los reflejos cerebrales destinados al control de la genito-sexualidad. Cuando se utilizan en circunstancias diferentes a procesos depresivos, siguen conservando el nombre original, anti-depresivos. Y esto puede generar confusiones, malos entendidos y, en el peor de los casos, inducir a abandonar los tratamientos prescriptos.
Que se prescriban fármacos para el tratamiento de problemas diferentes para los que fueron concebidos originalmente, no es extraño.
Lo importante es que cuenten con la indicación y supervisión de un especialista de confianza.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
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