Por Néstor Rivas
Las vacaciones son una costumbre arraigada de los porteños, contra viento, marea y vicisitudes económicas, más de la mitad de los habitantes de la ciudad sale de veraneo aunque sea unos días, y la mayoría de ellos lo hace en el primer mes del año. Sin embargo, existen otros porteños que afirman que en enero ni locos se irían de la ciudad: son los que juran que es la mejor época para recorrerla sin soportar multitudes y que para las vacaciones ya habrá otros meses. En enero, dicen, la ciudad se aletarga, las calles parecen desiertas, las tardes parecen interminables y las noches veraniegas invitan a salir, caminar, tomar algo… Devotos de la ciudad vacía u obligados a permanecer en ella por las razones que sea, es cierto que enero invita a recorrer Buenos Aires y descubrir sus rincones, a disfrutar de la vida cultural y nocturna que se mantiene intensa, y a jugar un poquito a ser turistas en nuestra propia aldea.
Hacia el Sur
La parte histórica de la ciudad es el paseo obligado de los turistas extranjeros: San Telmo, Montserrat, La Boca, Barracas. Especialmente los jóvenes prefieren San Telmo para alojarse, en alguno de las decenas de hostels que hay en el barrio. Son más baratos que un hotel (en promedio, unos $250 la habitación doble, y $70 las piezas compartidas para 6 u 8 personas), limpios, seguros y divertidos. Desde que empezaron a proliferar, San Telmo se convirtió en un barrio activo los siete días de la semana. La propuesta, entonces, es compartir por un rato el destino y la perspectiva de esos altísimos alemanes de pelo cortado al rapé o de las rubias muchachas que caminan con paso seguro por la zona más vieja de la ciudad.
Cualquier noche es buena para darse una vuelta por sus calles empedradas y mezclarse en los bares con los visitantes en plan de intercambio, por ejemplo, en la barra de Las del Barco (Bolívar, casi esquina Chile); también para tomar una cerveza o un porrón de sidra tirada en El Federal (Defensa y Carlos Calvo) o un café en el Dorrego (Defensa y Humberto Primo). Y si de bares hablamos, uno de los secretos a voces mejor guardados del barrio es el Dopel (Bolívar y Garay), ideal para citas y reuniones tranquis. Cada noche, ofrece una ganga de tres o cuatro tragos distintos, bien frescos, preparados como los dioses, que se pueden acompañar con unos bocados y tapas exquisitas.
Sin duda, San Telmo se identifica fuertemente con la feria que ocupa la calle Defensa todos los domingos, desde las diez de la mañana. Es un paseo que se debe hacer cada tanto para volver a maravillarnos con la profusión de artesanías, antigüedades y cosas insólitas que se ofrecen en puestos, locales y galerías. Vivir en la ciudad no es excusa para privarse de hurgar entre las enaguas, sombreros y mantillas de las bisabuelas o no comprar algunas tapas de viejos vinilos, sifones de soda que eran habituales en la mesa de la infancia o copas de cristal baratísimas (claro que son juegos desparejos). A propósito de galerías, si recorre este circuito, no deje de visitar el Pasaje de la Defensa (Defensa 1179), una construcción de 1880 que se conserva como uno de los mejores ejemplos del barrio histórico. ) Y, claro, el viejo Mercado de San Telmo que diseñó el mismísimo arquitecto Juan Antonio Buschiazzo a fines del siglo XIX. Tiene entradas por Bolívar, Carlos Calvo, Defensa y Estados Unidos. Por Bolívar está el bodegón Pedro Telmo, donde la Negrita, que ya bordea los 80 años, sirve la mejor sopa de verduras del planeta, cocinada por sus propias artes.
Para almorzar, El Desnivel (Defensa 855) sigue siendo una de las mejores parrillas de Buenos Aires. Y quien ande por ahí no debería dejar de caminar bajo los hermosos jacarandáes del Parque Lezama, para muchos el más lindo de la ciudad. Al costado está el Museo Histórico Nacional (Defensa 1600), que es mucho más entretenido que lo que su nombre sugiere y está emplazado en la vieja mansión de la familia Lezama, construida en el siglo XIX. En la esquina de Defensa y Bolívar está el bar Británico –abrió en 1928 y es bastión de la bohemia de los barrios del sur–, que durante la guerra de Malvinas supo borrar la primera sílaba de su nombre. Cuando intentaron cerrarlo hubo piquete de mozos, parroquianos y vecinos. A la tardecita, sobre la renovada avenida Caseros, florecieron unos bares y restós muy bonitos. Destacan La Popular y el brunch de comida orgánica de Hierbabuena.
Una sugerencia que parece de Perogrullo, pero que no lo es: en Puerto Madero hay un complejo de cines que se distingue porque nunca se atiborra de gente, las salas están equipadas de primera y queda al lado del río. Es una excelente alternativa a los populosos shoppings y sus colas interminables. Además, está cerquita de la porteñísima pizzería Tío Felipe (Balcarce 739), que ofrece una fugazzeta inolvidable.
La Boca y Barracas
¿Cuándo fue la última vez que recorrió La Boca? Caminito está tan identificado con la ciudad, que muchos de sus propios habitantes creen conocerlo pero no lo recorrieron jamás. Además, La Boca sigue renovándose. Una prueba es la recientemente inaugurada Usina del Arte (Av. Pedro de Mendoza y Caffarena), que ocupa el imponente y bello edificio de la vieja Compañía Ítalo-Argentina de Electricidad. Se la puede recorrer sábados y domingos en una visita guiada (con reserva previa a usinadelartebsbas@gmail.com entre las 11 y las 16 horas. Lo que antes albergaba una superusina eléctrica, ahora dispone de una sala para conciertos filarmónicos con 1.200 butacas, otra para orquestas de cámara de 400, y diferentes espacios para exposiciones y espectáculos. No hay muchas actividades, pero la sola visita al lugar vale la pena.
Si de exposiciones se trata, la Boca ofrece el singular Museo Histórico de Cera y la Fundación Proa (Av. Pedro de Mendoza 1929), que continúa exhibiendo la muestra del maestro Alberto Giacometti hasta el próximo 9 de enero. Después de recorrer la obra de este genio de la plástica, se puede rematar la tarde tomando un Campari en la terraza de la Fundación, que también es una pieza de arte, aunque de otro tipo. El atardecer en la terraza de Proa muestra todos sus colores sobre el Riachuelo con el puente y las siluetas fabriles de Dock Sud como telón de fondo. Para comer, se impone recomendar El Obrero (Caffarena 64), una parrilla y bodegón sencillamente espectacular, con porciones enormes y olores y sabores que parecen volver de la cocina materna.
Un poco más allá está la Bombonera. Pero este cronista prefiere hablar de cultura, política o religión, y no de temas que dividen a la gente.
Barracas por algún motivo no entra en el circuito turístico tradicional. Para empezar, se puede conocer una perla: La Flor de Barracas (Av. Suárez 2095), híbrido de bar y bodegón, emplazado en una esquina histórica del barrio, es ideal para almorzar, cenar o tomar algo (solamente abre a la noche viernes y sábados, de 20 a 24). Tiene un patio y unos precios muy atractivos. A pocos metros nace el pasaje Lanín, cuyas tres cuadras y cuarenta fachadas fueron intervenidas por el artista plástico Marino Santa María, creando un paisaje urbano mágico.
El Complejo Histórico Santa Felicitas está formado por la Iglesia Santa Felicitas, la Quinta Álzaga hoy plaza Colombia, el antiguo Oratorio de Álzaga, los Túneles de 1893 y el Templo Escondido. El acceso es en Pinzón 1480 y hay visitas guiadas todos los fines de semana, incluso de noche, por un bono contribución de $12 (visitasguiadas@santafelicitasmuseo.org.ar ). En Isabel La Católica 520, entre Brandsen y Aristóbulo del Valle, frente a la plaza Colombia, está la iglesia propiamente dicha, una de las más curiosas de la ciudad, Abre los sábados a las 17.30, y domingo a las 9.30 y 18.30. Su origen se entrelaza con la dramática muerte de Felicitas Guerrero de Álzaga, considerada la mujer más bella de Buenos Aires, que fue asesinada por un pretendiente despechado cuando apenas contaba 24 años. Sus padres levantaron la iglesia en memoria de la chica. La construcción y los jardines que la rodean datan de fines del siglo XIX y son imponentes.
Por último, quien haga un tiempo que no visita Barracas, se va a sorprender con la renacida avenida Montes de Oca y sus luces.
Parque de los Patricios. Por último, no se puede dejar pasar el Parque de los Patricios –otro que rankea entre los más lindos de Buenos Aires. Después de permanecer “en obra” durante varios años, el parque está completamente renovado y recorrerlo volvió a ser un placer no sólo por las tipas florecidas que lo tiñen de amarillo sino por el circuito de gimnasia que ofrece, a veces con instructor y todo. Los fines de semana, además de la extendida feria artesanal, hay tango y folklore en la esquina de La Rioja y Caseros.
En uno de los confines del parque, se encuentra La Pulpería del Cotorro (Pepirí y Pedro Chutro), un viejo bar, remozado por su diligente, simpático y delirante nuevo dueño. Los sábados a la noche hay cena, shows de tango y algo de folklore. Conviene re
servar, porque tiene pocas mesas y se está popularizando. La carta propone platos originales y económicos, y es ideal para sorprender y sorprenderse. De Lo del Cotorro, estamos a unas cuatro cuadras en dirección sudoeste de la llamada Colonia Miriñay: el pequeño barrio que rodea al pasaje Miriñay y a la bonita plaza Francisco López Torres”, que parecen escapados de un cuento. Usted dirá.
El centro
Alcanza con andar por la avenida Corrientes sin el estrés habitual, hacerlo con pachorrienta actitud paseandera, para darse cuenta de que la vieja y querida “avenida que nunca duerme” está a la altura de su propia leyenda. No sólo por los espectáculos teatrales que resisten en cartelera aunque toda la movida se suponga en Mar del Plata. ¿Cómo privarse del placer de escudriñar una por una sus librerías esperando descubrir maravillas que en el circuito comercial se consideran agotadas? En Corrientes, todos los caminos dejan en la puerta vidriada de Güerrín, la mejor pizza de Buenos Aires (Av. Corrientes 1368, y en esto, no nos vamos a andar con chiquitas). Si del paladar se trata, Corrientes y sus alrededores lo tienen todo: empanadas de carne exquisitas y otros platos criollos en Bodega Campo (Rodríguez Peña 264). O el helado de dulce de leche con un toque de chocolate amargo y la naranja con jengibre que preparan en la heladería Cadore (Av. Corrientes 1695). Además de los cafés más clásicos, hay ciertos refugios al aire libre para tomar algo, como el patio del Paseo La Plaza (Av. Corrientes 1660) o –un poco más caro– el del Hotel Novotel (Av. Corrientes 1334), con su bonito jardín colgante.
El turista accidental
A propósito, ¿alguna vez pensó en alojarse en un hotel, en su propia ciudad? Ya sea por hacer “algo distinto”, aprovechar sus servicios, o para dejarles la casa libre a sus hijos adolescentes en cumplimiento de alguna vieja promesa, cualquier excusa vale. El Hotel Castelar (Av. de Mayo 1152) es un clásico de la ciudad. Fue inaugurado en 1929 y resume toda la “onda europea” y los aires madrileños de la Avenida de Mayo. Sus paredes revestidas de mármol fueron conocidas por varias celebridades del arte y la cultura, como Oliverio Girondo, Alfonsina Storni y Jorge Luis Borges. También fue hogar del poeta Federico García Lorca, cuya habitación está abierta al público a modo de museo. Ocupar una habitación doble durante un fin de semana –de viernes a domingo– , cuesta $773 –precio final, e incluye el acceso al spa del hotel (otra maravilla aparte) y desayuno buffet. La confitería del Castelar fue declarada “bar notable”, y no tiene nada que envidiarle a sus vecinos de su la misma categoría, como el Tortoni (Av. de Mayo 825), el 36 Billares (Av. de Mayo 1265) o la London City (Av. de Mayo 599). Otro “hallazgo” por hacer que tenemos en la misma avenida es el Palacio Barolo (Av. de Mayo 1370), un increíble edificio de 22 pisos construido en la década del 20 e inspirado en la Divina Comedia, el poema de Dante Alighieri. Para conocer sus misterios y su singular historia, hay visitas guiadas diurnas los lunes y jueves ($45 para residentes) y nocturnas los miércoles, jueves y viernes ($115 para residentes, incluye copa de vino y bocados regionales), siempre con reserva previa; los fines de semana, a confirmar.
Si subimos por avenida Corrientes llegamos al Abasto, con alternativas más que interesantes. El Konex (Sarmiento 3131) es un bastión de resistencia cultural-veraniega para el porteño. Los lunes a las 19, hay tambores con La Bomba de Tiempo –el combo de percusión que en los últimos años se convirtió en un fenómeno multitudinario–, y los domingos, la música de la orquesta de Pérez Prado revive con Flor de Mambo. Los últimos tres jueves del mes, están programados los Dancing Mood; martes y miércoles, hay cine, música y ping pong. El Konex tiene una larga barra bien provista.
Para cenar, tenemos Mamani (Agüero 707) muy cerca, un restaurant peruano a comer ceviche, jalea o un pollo broster, y el patio o la vereda del Imaginario (Bulnes y Guardia Vieja), para cerrar con un trago o un café, escuchando buena música de fondo.
Rumbo al Norte
A la mañana, podemos arrancar con un paseo por Palermo Viejo y sus pasajes, escudriñar sus vidrieras, jugar a “cruzarse a un famoso” y almorzar en uno de sus infinitos restó –de refugio para el anti fashion, eso sí, está la parrilla de El 22 (Carranza 1950), sencilla y abundante.
¿Cuándo fue la última vez que paseó por el Jardín Japonés (Av. Figueroa Alcorta y Casares)? Y si no lo conoce, descubra uno de los jardines más lindos de la ciudad. Además, tiene una excelente casa de té y un restaurante que abre también por la noche y es ideal para citas románticas.
Los museos ofrecen tres cosas clave para que el que pasea en enero por la ciudad: arte, gastronomía y aire acondicionado. Por eso, si andamos por el Rosedal, no podemos dejar de mencionar el Museo Sívori (Av. Infanta Isabel 555) y, después de recorrer el aristocrático Palermo Chico o Barrio Parque que ideó Carlos Thays, podemos refugiarnos en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415). A propósito: durante enero, se va a proyectar allí una retrospectiva de cinco películas de David Lynch.
…y más allá
Buenos Aires tiene paisajes urbanos increíbles fuera del circuito turístico convencional. Tómele el gusto a “caminar por ahí”, porque en todos los barrios porteños hay rincones, calles, fachadas, parques y plazas que nos recuerdan por qué nos gusta tanto vivir aquí.
Por ejemplo: ¿conoce usted el Barrio Rawson, que está escondido en el barrio de Agronomía, entre las calles Tinogasta, Zamudio y avenida San Martín? Por ahí vvió varios años Julio Cortázar (Artigas 3246) y retrató al barrio en su cuento “Ómnibus”, incluido en Bestiario. Uno puede sentarse en un banco de la plaza Carlos de la Púa (Pantaleón Rivarola y Artigas) e imaginar la silueta del recordado escritor recortada contra la ventana.
El Barrio Rawson es uno de los barrios planificados que se construyeron en la primera mitad del siglo XX, bajo el impulso del entonces diputado Juan Cafferata. Sus calles arboladas, con casas con techo de tejas y cierto estilo inglés que impregna su arquitectura, son preciosas para perderse una tardecita. Además, estamos ahí nomás de Villa Devoto. ¿No es acaso un barrio hermoso? Y está más lindo que nunca. ¿Recuerda la Plaza Arenales, en Del Carril y Chivilcoy? Si se da una vuelta por el barrio, y se deleita un rato con sus caserones de grandes jardines, se puede sentar a tomar un café ahí, y disfrutar de una de las pocas plazas porteñas que quedan libre de rejas´
Y ya que mencionamos recién al diputado Cafferata, mencionemos el barrio que lleva su nombre, inaugurado en 1921 como vivienda obrera. Está ubicado entre el Parque Chacabuco, la avenida José María Moreno y las calles Estrada y Riglos. Su aire tranquilo, sus pasajes, la preciosa escuela Antonio Zinny (que data de 1930), conforman un paseíto maravilloso. De ahí, los amantes de las emociones gastronómicas fuertes se pueden aventurar en el Barrio Coreano, en Carabobo al 1500, y cenar en uno de sus restaurantes. Advertencia: en la mayoría rige un sistema de “platos corridos” interminable, en el que se sirven pequeñas porciones que aconsejamos no repetir para poder probar de lo siguiente, ad infinitum o hasta donde le dé el apetito.
En enero tenemos a Buenos Aires toda para nosotros. Disfrútela, redescubra sus paseos, asómbrese con los rincones que todavía no conoce. Buenos Aires es una reina también en verano.

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