Unos oscuros barrotes de hierro en Paseo Colón y Belgrano abren paso al Teatro Colonial, que ya lleva más de cinco décadas respirando drama. Balcones románticos, baldosas coloradas y ese inconfundible olor a teatro. Pasadizos y sótanos que dejan entrever túneles propios de la época colonial, recovecos oscuros, paredes plagadas de firuletes con relieve y enormes arcadas, camarines con lavamanos de los años 50. Mucha historia ha pasado por allí, pero la magia permanece intacta.
Desde tiempos del virreinato hasta 1817 se erigía en el solar la vivienda de Miguel de Azcuénaga, construida en el siglo XVIII enestilo barroco. Se vendió a la Aduana en $3.000 de entonces y funcionó como tal hasta 1854. Un sitio histórico por varios motivos: albergó a negros a la fuerza, vio nacer a Lavalle y refugió en sus sótanos nada menos que a Juan Manuel de Rosas. En ese solar se construyó en 1945 el actual edificio, de estilo neocolonial, que desde el 3 de junio de 1946 funciona como Teatro Colonial. En la actualidad, pertenece a la Confederación Nacional de Beneficencia.
«Tenía varias opciones: cambiaba todo y lo modernizaba o me esmeraba en mantenerlo con su estilo colonial», comenta Adrián Di Stefano, el director. Dicho y hecho. Para él, el Colonial es su casa. Llegó un invierno allá por los 80 y se ofreció como administrador. Hoy hace 28 años que está al frente, dirige la programación, actúa cuantas veces puede y afirma: «El espíritu del Colonial es el del trabajo en equipo. Nadie se priva de realizar todas las tareas dentro y fuera del escenario. Nos une un amor por lo que hacemos, un respeto absoluto por la profesión y sobre todo una gran responsabilidad: acercar el teatro a los jóvenes». Se dictan cursos que van del teatro al flamenco y de la danza árabe al jazz; se presentan espectáculos que van del musical al infantil y del teatro lírico al de prosa. Fuera del horario habitual (y a través de un repertorio clásico con fuerte presencia de títulos nacionales), se presentan funciones hechas por instituciones educativas.
Trabajar con escuelas y no tanto con grupos de teatro independiente tiene sus motivos: sucede que, aún en pleno auge de la movida teatral, la sala no parece tener gran convocatoria. «Se dificulta porque estamos un poco alejados del circuito comercial, del que está de moda. La gente se mueve más por el Abasto o por Palermo», afirman Valeria y Manoli desde su pequeña oficina, donde no falta la biblioteca de obras célebres, fotos para el recuerdo, mate y termo (ambas forman parte de la veintena de actores que integran el elenco estable). «Otra cosa que afecta la convocatoria es que el único lugar accesible para volantear es la calle Defensa, los domingos», comenta Adrián. Según ellos, «la zona de día es movida, pero a la noche no hay un alma». Y no se equivocan. Luego de las 7 de la tarde, por ser una zona de oficinas, cierra casi todo y la circulación de gente se detiene.
La sala pedalea con el viento en contra desde sus comienzos. Adrián recuerda que Festejos y Ornamentaciones de la Ciudad les tuvo que prestar sonido, luces y carteles para reabrir en 1985. Pero los decorados, la escenografía y vestuarios que se sumergen en cada rincón del teatro indican que, a pesar de todo, el equipo comandado por Adrián mantiene viva la sala, ofreciendo una buena cantidad de espectáculos (hoy en día, 25) sin restricciones ni orientación ideológica determinada. No se sabe bien qué, pero algo en el aire indica que el Colonial es un lugar donde puede suceder algo fantástico.
DZ/LR
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