Hay un lugar, un calidoscopio porteño que no está a la vista pero que sin embargo no pasa desapercibido. Un mundo subterráneo que se aleja del barullo desbocado de Corrientes y 9 de Julio, ahí donde el Obelisco es el principal protagonista. Se trata de los Pasajes Sur y Norte del Obelisco porteño que no solamente funcionan como un atajo para los ciudadanos de a pie sino que también permiten encontrarse con una ciudad tradicional con el tiempo detenido.
Fue Raúl Barón Biza un millonario popular y excéntrico en los 30 quien pergeñó la idea de hacer estos pasadizos por debajo de la 9 de Julio. Y algo de esa época puede verse allí con publicidades de productos que ya no existen y textos que hoy serían rechazados por los expertos en marketing. Y donde abundan los puestos de lustrabotas y las peluquerías con precios que parecen congelados en el tiempo.
Los libros usados y las antigüedades copan la parada, allí abajo se puede encontrar de todo y a precios aptos para no turistas. De la misma manera, compostura de calzados, objetos de cuero, piezas de arte y hasta joyas ocupan un lugar en ese sitio con identidad marcada con pisos de baldosas blancas y fluorescentes eternas en el techo.
Un par de sandwicherías ofrecen calmar el hambre al paso y lejos del esmog que existe unos metros para arriba. Todo sucede bajo tierra, al norte, el Don Juan de Garay. Al sur, el Don Pedro de Mendoza, habilitados recién comenzados los años 60.
Cuchillerías, cerrajerías, artículos de camping, todo como en botica, un empleado dirá a Diario Z que todos los oficios que van desapareciendo en Buenos Aires «se refugian acá». Viejas fotos con glorias futbolísticas captan la atención de fanáticos y nostálgicos, las infaltables imágenes de la época con Gardel, Fangio, Maradona y Perón y los diarios viejos, que pueden costar hasta 50 pesos según el hecho histórico que guarden sus tapas. «Cuando esto recién empezaba era novedad, como un shopping», dirá nostálgico un cerrajero que, asegura, no cambiaría su local de lugar, ni siquiera por uno que quede «en el centro mismo de Buenos Aires». «Es que acá la gente no parece tan enloquecida, el tiempo se mueve distinto», dice.
Baleros, soldaditos de plomo, muñecas de épocas en que el plástico casi no existía. En estos grandes baúles subterráneos se guardan retazos de historia que conviven con los cientos que a diario pasan para subirse al subte o simplemente bajan un cambio y algunos metros para cambiar un poco de aire y empaparse de tiempos porteños a salvo de la velocidad de las calles de arriba.
DZ/LR
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