Hace ya un tiempo que en el barrio de Belgrano los viejos caserones de tejas conviven con edificios adornados con dragones, farolitos rojos y lámparas de papel blanco. No sólo eso. En la zona también cambian los aromas, los sabores, el idioma, las costumbres y hasta los rasgos físicos de las personas. Cada fin de semana, el Barrio Chino convoca unas 25 mil personas. Las fiestas que organiza anualmente esa colectividad son un hervidero de gente y sus restaurantes atraen legiones de sibaritas y curiosos. Las guías de turismo lo destacan entre los sitios imperdibles, el bus turístico lo incluye en su recorrido y se organizan visitas guiadas a los supermercados.
Un pedazo de Oriente
En Arribeños y Juramento, un llamativo arco de once metros de alto y ocho de ancho marca la entrada a ese pedazo de Oriente. Es el acceso a un mundo distinto, en pleno barrio de Belgrano. El epicentro comercial está en Arribeños, entre el 2100 y el 2300, y la zona se extiende hacia Blanco Encalada y Libertador, aunque sigue creciendo. “Venimos cada dos o tres meses. La pasamos muy bien, nos divertimos curioseando los bazares, y a los chicos les gusta llevarse del supermercado golosinas raras y gaseosas chinas; hoy compramos unas con gusto a arándanos. Yo compro comida: fideos de arroz, empanaditas chinas y bandejas de sushi. Miro todo, pero no me animo a comprar comidas que no conozco”, cuenta Fabiana que, con sus dos hijos de 7 y 11 años, llegó desde la localidad de Ramos Mejía.
El fuerte del barrio es la gastronomía. Hay una veintena de restaurantes y puestos callejeros de comida china, taiwanesa y, en menor medida, japonesa, coreana y tailandesa. La gastronomía fue el primer gancho de la zona. Con el tiempo, aprovechando el movimiento de visitantes, empezaron a aparecer otras propuestas comerciales. Hoy en sus calles alternan tiendas de ropa, casas de decoración y bazares de artículos importados que incluyen desde adornos y vajilla de porcelana hasta amuletos para la suerte y pomadas para los dolores musculares. Más opciones para curiosear: peluquerías, herboristerías, locales de manga (historietas), spa y templos budistas. “Hay cosas que llaman la atención. Es un paseo distinto. Caminamos un rato, miramos adornos para la casa y cuando nos cansamos, comemos sushi en alguno de los restaurantes. La oferta gastronómica es buena y los precios no son excesivos”, cuenta Ricardo, que vino al Barrio Chino desde Santos Lugares con su mujer, Adriana. La pareja lleva unas bolsas de compras con lámparas, un adorno para colgar con los doce animales que representan los signos del horóscopo chino y una cajita de madera con un paisaje chino.
Cambio de piel
Desde hace algunos años, el Barrio Chino de Belgrano se convirtió en un clásico de la ciudad. Cada febrero, cuando celebran la llegada del Año Nuevo, en las calles no cabe ni un alfiler. Belgrano se viste de China y el dragón corre por el barrio seguido por porteños que tratan de tocarlo, porque –según la tradición– trae buena suerte. Pero el proceso de transformación de la zona fue lento. Todo empezó a fines de la década de 1980. Los primeros que se instalaron fueron taiwaneses.
El barrio siguió cambiando su fisonomía durante los noventa, aunque los comercios asiáticos seguían siendo minoritarios. Con la crisis del 2001, se produjo un cambio muy significativo. Muchos taiwaneses regresaron a su país y comenzaron a llegar inmigrantes de la República Popular China, en su mayoría de la provincia de Fujian. A partir de ese momento, el barrio comenzó a delinear su identidad actual.
En 2003, un acto organizado por la Legislatura porteña hizo que esas pocas cuadras empezaran a dejar de ser un secreto exclusivo de los vecinos de Belgrano. Desde entonces la zona comenzó a crecer y a llamarse Barrio Chino. En la actualidad, las dos comunidades mayoritarias son la china y la taiwanesa, que si bien conviven en un puñado de cuadras, no tienen prácticamente relación entre sí. También hay algunos comerciantes japoneses, coreanos y tailandeses.
Señas particulares
El Barrio Chino de Belgrano se formó de manera espontánea. En la actualidad, la actividad comercial involucra a unos 500 chinos. Una de sus características distintivas es que los comercios no están destinados a la comunidad asiática. “En la Argentina, la colectividad china, al dedicarse a los supermercados, está muy dispersa territorialmente. No ocurre como en otros chinatowns del mundo, que se instalan en una zona y abren comercios para la colectividad. El fenómeno distintivo de Belgrano es que no está dirigido a los chinos. Es un paseo comercial, gastronómico y cultural”, explica Gustavo Ng, editor de Dang Dai, la primera revista de intercambio cultural argentino-china.
Debido al interés por la cocina oriental, la Asociación Cultural Chino-Argentina empezó a organizar visitas guiadas al supermercado Ichiban. El recorrido dura 45 minutos y los grupos están integrados por 10 personas. “Les mostramos la gran variedad de productos que hay en el súper y cómo se pueden preparar. Y les enseñamos con qué comidas combinar las distintas salsas”, cuenta Vanesa Kuo, de la asociación. Agrega: “La mayoría de las personas que hacen la visita son mayores de 40 años. Hacen preguntas sobre pescados exóticos y cómo preparar sushi. También quieren saber qué comidas sanas pueden incorporar a su dieta. Ahora hay mucho interés por el jengibre. Quieren saber cómo se lo cocina y qué beneficios tiene para la salud”.
Costumbres y tradiciones
Entre las primeras oleadas de inmigrantes que fundaron el Barrio Chino, los taiwaneses se adaptaron más fácil. “Es que están más familiarizados con el mundo occidental y muchos hablan algo de inglés”, dice Ng. En el caso de los chinos, decidieron abrir comercios que pudieran manejar sin tener que hablar otro idioma y viven en Belgrano como si estuvieran en su país natal.
Entre los taiwaneses, la iglesia evangelista presbiteriana Sin Heng, en Mendoza al 1600, es un fuerte factor de cohesión, ya que le dedican buena parte de su vida al proselitismo religioso. En cambio, la religión budista de los chinos demanda una adhesión más pasiva. Al templo de la calle Montañeses al 2100 concurren muchos porteños. Las ceremonias religiosas se celebran los domingos de 14.30 a 17 y es un colorido ritual que no conviene perderse.
Para entrar al templo Tzong Kuan, hay que quitarse el calzado. Ya en el recinto, un gran busto de Buda, flanqueado por otras dos imágenes, concentra la atención. Se estila hacer tres reverencias. Ante ellos hay un altar repleto de velas rojas y blancas, flores y frutas, que se dejan en ofrenda. La autoridad máxima del templo es el presidente de la Asociación Budista China en la Argentina, el maestro Shoutzi. Durante la ceremonia, es muy impactante el momento en que se recita el sutra (una especie de mantra) y los cantos grupales, durante los que hay que permanecer en posición de loto (sentado con las piernas cruzadas y ubicando cada pie encima del muslo opuesto).
Argenchinos
Las nuevas generaciones de taiwaneses, que llegaron siendo niños y en la actualidad tienen entre 35 y 40 años, están muy adaptados y es común que se casen con parejas argentinas. A esta generación de inmigrantes se los suele llamar “argenchinos”. Es común que se cambien el nombre de pila y les gusta mucho el fútbol. El “acriollamiento” de los niños es una preocupación para los comerciantes de Belgrano, sobre todo para los que llegan desde China. Se niegan a que pierdan el idioma y, sobre todo, la escritura, porque –explican– implica una forma de pensamiento. Por eso, envían a sus hijos a China cuando tienen 2 o 3 años y los traen de vuelta a los 12.
Pese a que en la Argentina residen alrededor de 120 mil chinos, no tienen una fuerte vinculación social. Por ejemplo, ni siquiera concurren a las tres multitudinarias fiestas (Año Nuevo, Fiesta de la Luna y Baño de Buda) que se celebran en Belgrano. En esos festejos se ven mayorías de occidentales. Es que el Barrio Chino de Belgrano es un fenómeno de los chinos para los otros. En este caso, para los porteños, que juegan a ser turistas en su propia ciudad.
¡Feliz año… 4712!
El viernes pasado, Oriente despidió a la Serpiente y le dio la bienvenida al Caballo de Madera. Con fuegos artificiales, desfiles de dragones y pantagruélicas cenas familiares, se celebró la llegada del Año Nuevo Chino, la festividad más importante de ese país y del continente asiático, sobre todo de Japón, Corea y Vietnam.
Así, el 31 de enero China ingresó al año 4712. A diferencia de Occidente, que se rige por el calendario gregoriano, en Oriente se utiliza el calendario lunar, cuyo fin de año oscila entre fines de enero y mediados de febrero. En ese lapso la celebración puede caer en cualquier día. Nunca se repite la fecha. “El Año Nuevo se relaciona con el movimiento de la luna. Nosotros signamos al año con un animal del horóscopo chino. El 2014 es el año del Caballo de Madera, un animal muy positivo para nosotros”, dijo Ana Kuo, presidenta de la Asociación Cultural Chino-Argentina.
El calendario lunar está formado por un ciclo de 6 décadas, las cuales se dividen a su vez en períodos de 12 años, cada uno de los cuales está representado por un animal. Pertenecen al signo del caballo las personas nacidas en los años 1930, 1942, 1954, 1966, 1978, 1990, 2002 y 2014.
El Año Nuevo Chino, también llamado Festival de Primavera, se festeja durante 15 días, desde la víspera del cambio de año hasta la Fiesta de las Linternas, en la cual las calles de China se llenan de los tradicionales faroles rojos de diversas formas y tamaños. El colorido ritual marca el cierre de los festejos. La idea central del Año Nuevo Chino es la unión de la familia. Durante las celebraciones se produce la mayor migración humana del planeta, conocida como “movimiento primavera”, en el cual millones de personas viajan a su lugar de origen para festejar junto con sus familiares.
Las comidas que se preparan para la celebración son símbolo de buena suerte, paz y prosperidad; se come cerdo, pescado (con cabeza y cola, porque significa abundancia) y ravioles de carne, verdura o mariscos, preparados en forma de lingotes de oro. Entre otros rituales, se entrega dinero a los chicos en sobres rojos, se barre la casa con escobas viejas y se arrojan petardos para alejar la mala suerte.
El Año Nuevo Chino del barrio de Belgrano ya es una tradición y cada año convoca a más público. Por eso, esta vez se realizó en la plaza de las Barrancas de Belgrano, donde el sábado y el domingo se instalaron más de 100 puestos de gastronomía y de diversas expresiones culturales. Este año, como siempre, se acercó una multitud para darle la bienvenida al Caballo de Madera.
DZ/rg
Fuente Redacción Z
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